El libro parece tener vida propia y creo que cada vez me lo encuentro en diferentes rincones del apartamento. No sé cómo llegó aquí. Por el color, ligeramente amarillento, de sus hojas, se nota que no es nuevo. Es muy probable que mi hermana lo haya traído un día y me lo haya dejado. Ella suele hacer eso: me trae los libros que le parecen buenos y que, considera, pueden gustarme. Gran labor la que realiza mi hermana.
En la portada se ve una niña parada en la cubierta de un barco. Es rubia y su pelo le llega justo debajo de las orejas. Su cabeza mira hacia el lado derecho, me pregunto: “¿qué observa?”. Puede que no sea nada en particular y que solo experimenta nostalgia, al tiempo que juega con algún recuerdo en su cabeza. Lo que se alcanza a ver de paisaje es un mar calmo y el cielo pintado con unos nubarrones oscuros. La imagen transmite una sensación de frío.
Lleva un abrigo gris y todo lo que compone la imagen tiene diferentes tonos de ese color. Sus manos, ubicadas detrás de la espalda, llevan agarrada una de esas maletas viejas que se sujetan con correas. A su lado hay otras maletas en el piso y, al frente, un flotador está sujeto a la baranda del buque.
La imagen da la sensación de que viaja hacia algún lugar, pero también podría ser lo opuesto, que está llegando a un destino desconocido.
Hoy, por alguna razón, el libro me atrae con fuerza. Lo tomo y paso las primeras páginas hasta que llego a la dedicatoria, uno de mis lugares preferidos en los libros, por lo poéticas que pueden llegar a ser. Esta, a primera vista, es sencilla, pero es imposible tener alguna idea de lo mucho que puede significar para el autor: “A mis hijos Emma, Anna y Lucas.”
Luego, antes de la primera parte del libro, hay una cita de Joan Didion: Memories are what you no longer want to remember.
“Leo la primera frase de la novela: “Voy a cumplir 12 años y ya lo he decidido: mataré a mis padres.” Un abismo narrativo en el que quiero caer.
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