Ayer morí un poco. Estaba metido en la cama y me incliné hacia adelante para acomodar de mejor manera las almohadas, un arte que no se perfecciona en toda una vida. Era, supongo, un movimiento tonto, uno que quién sabe cuántas veces he realizado en mi vida, pero el de ayer coincidió con tragar saliva y me atoré.
lunes, 30 de noviembre de 2020
Morir un poco
viernes, 27 de noviembre de 2020
Budismo e ira
jueves, 26 de noviembre de 2020
Palabras al vacío
miércoles, 25 de noviembre de 2020
Estados
martes, 24 de noviembre de 2020
Fisuras, romperse y luz
lunes, 23 de noviembre de 2020
Secuestro
domingo, 22 de noviembre de 2020
Ayer
Toda la tarde seguí igual. A eso de las 6 apagué la luz del cuarto y me tumbé en la cama a perfeccionar el arte de mirar pal’ techo, y darle vueltas y vueltas a mi estado: “¿Será que estoy deprimido?”, me pregunté, y como con el lío ancestral que llevo en mi ADN, no supe darle respuesta a esa pregunta.
En medio de mi contemplación a la nada, el reloj cucú marcó las 7 de la noche. Como seguía sin saber nada, decidí levantarme a dibujar. Miré unas fotos que tengo en un archivo de Power point que nombré: “Dibujo actual”, pero ninguna me convenció. No me decían ni hacían sentir nada. No sé cómo explicarlo, pero cuando dibujo una foto eso es lo que tiene que ocurrir.
Me puse a buscar una foto nueva, y di con el retrato en negativo de un hombre, que me llamó la atención por la forma en que la luz le daba en la cara, y decidí dibujarlo a pesar de la complejidad de las sombras.
Borré lo que
llevaba y busqué otra. Di con una de un
obrero que sale de una pared, y me agradó porque sentí que en ella había
movimiento, que algo ocurría.
Comencé a dibujar y pasados unos minutos pensé en desistir de nuevo, porque cuando llegué a uno de los pómulos, sentí que las dimensiones de la cabeza estaban desproporcionadas. Me obligué a seguir, borré unos trazos y añadí otros, hasta que solucioné el inconveniente. En ese momento ya no había rastro de la sensación que me acompañó la mayor parte del día.
El dibujo como antídoto para cualquier duda existencial.
viernes, 20 de noviembre de 2020
El señor de los dados
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Diferencia horaria
martes, 17 de noviembre de 2020
Dibujo, escritura y dedicación
lunes, 16 de noviembre de 2020
Abismos
jueves, 12 de noviembre de 2020
Denme una cachetada
miércoles, 11 de noviembre de 2020
Perder la cabeza
martes, 10 de noviembre de 2020
Ligereza
lunes, 9 de noviembre de 2020
El futuro
viernes, 6 de noviembre de 2020
Ganas
A veces, como ahora, tengo ganas de hacer de todo, es decir, lo que más me gusta: dibujar, escribir o leer, que son como los puntos de un mapa que siempre ayudan a ubicarme. Cuando esto pasa, una lluvia de ideas cae de forma desordenada en mi cabeza, y juego a conectarlas de alguna manera para ver en qué puntos se cruzan, pues imagino que esos territorios de encuentro son importantes, y que en ellos hay algo por descubrir.
Pienso, por ejemplo, en que me
gustaría escribir una novela como The house on Mango Street que leí hace poco. Me gusta su estructura en viñetas y que a
veces unas no tengan nada que ver con las otras. Me recordó mucho a Vibrato, una novela bellísima
de Isabel Mellado, una violinista y escritora chilena que vive en Alemania.
También le doy vueltas a una
charla de una escritora sobre su proceso para cursar un Master de escritura
creativa en Estados Unidos, en la que contó, por encima, su experiencia. Ella se presentó sin tener los recursos (más
de 50.000 dólares), y apenas la aceptaron siguió adelante con el proceso, pues
sabía, en lo más profundo de su ser, lo que sea que eso signifique, que quería,
o bien debía, ser escritora, pues para eso había nacido.
Como ya lo he dicho, me intrigan
mucho esas personas que tienen tan claro lo que deben hacer en la vida, porque
es algo que a mí me cuesta definir por completo; imagino que esto tiene que ver
con que todos tenemos una identidad múltiple, que somos uno y muchos al mismo
tiempo, no sé.
También, en estos días en los que
me volví a obsesionar con el dibujo, he llegado a la conclusión de que las proporciones
del cuerpo humano tienen algo de divino; imagino que esto que digo no es nada
nuevo y que ya deben existir tratados sobre el tema, pero me asombra la
relación que tienen las distancias de cada una de las partes del cuerpo humano.
Si hay un aspecto que me gusta
mucho del dibujo es el boceto, pues brinda la oportunidad de equivocarse, de
tachar, de hacer un trazo una y otra vez hasta creer que se obtuvo el correcto.
Esto, imagino, tiene que ver mucho con la escritura, con poder borrar,
reescribir y si es el caso, como me pasó ayer con un dibujo en el que las proporciones
se fueron al carajo; arrancar la hoja y botarla a la basura. Tal vez, solo tal vez, deberíamos concebir
más la vida como un boceto.
Existen ganas, algunas verdades, eso
creo, y miles de inquietudes.