Me despierto, me preparo un café y pico algo de comer. Luego me recuesto y me quedo dormido media hora. Los que me vuelven a despertar son agentes secretos que están en el parqueadero del edificio. Deben ser por lo menos dos y llevan equipos de radio para comunicarse. La verdad es que hacen mucho ruido para ser secretos.
“Compañero, compañero; Z1 confirme por favor”, grita uno.
Supongo que pide que le confirmen la posición del objetivo que, claro, soy yo, pues desperté en otra realidad. Eso, o estoy experimentando una especie de síndrome de Capgras, ese en que una persona se despierta, no reconoce su entorno, y cree que alguien ha suplantado a las personas con las que convive.
Me quedo quieto, y escucho el ruido de los radios, pero ni zeta 1, zeta 2 o zeta 3 o la cantidad que sean vuelven a hablar.
Ahora escucho una melodía que sale de un parlante y que no tiene nada que ver con mi captura. Comienza con una flauta o un sintetizador, y mi cabeza da con la letra:
“Como es trigueña tu piel. Tu corazón sonriente.
Como tu boca candente así te quiero mujer”
Luego recuerdo el estribillo que la caracteriza: “Olo le lo lai”.
De pronto la canción es la señal de entrada para que asalten el apartamento, me capturen y me lleven a dónde me tengan que llevar. Al final no pasa nada.
Me levanto, me preparo otro café y luego estoy pendiente toda la mañana a ver si encuentro algo diferente, si doy con alguna señal que me indique que estoy en peligro.
Después del almuerzo salgo a caminar. Cerca a un parque paso por el lado de un hombre que me mira de reojo y luego, para disimular, mira su reflejo en un vidrio de la terraza de un restaurante. No sé que tanto se mira si lleva tapabocas.
Cuando lo voy a pasar de largo freno en seco justo a su lado y le digo que me dejen en paz, que no importa cuántos sean, no me asustan. Está claro que es mentira porque la voz me tiembla al hablar. El hombre me mira con cara de asombro como si no supiera de qué le estoy hablando.
Me alejo del lugar sin perderlo de vista.
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