“Vida hpta. me tomaré un trago por ese tipooooo, en serio estoy triste”
Eso es lo que responde C. a un comentario que una amiga le dejó en Facebook, sobre una noticia de la muerte del pianista de Jazz Chick Corea. Ella le decía, en su comentario, que el músico era el héroe de su papá.
Cuando supe de la muerte del músico pensé: “menos mal que lo vi en un concierto”, pero mi mente me traicionó, pues confundí a Corea con Gonzalo Rubalcaba, de quien conservo una imagen fresca: sus manos, como de gigante, moviéndose por las teclas del piano.
En esta fecha, en 1984, también murió Cortázar. No soy un cortaziano, es decir, un devoto de su obra, y solo he leído Rayuela, una novela que ni me impresionó ni me aburrió.
Pienso en el trago que se va a tomar C. en nombre de Corea, en esos homenajes que le hacemos a los muertos. El otro día, en la misma red social, vi que el tío de un hombre había muerto. Su sobrino publicó un video en el que unos mariachis tocaban una canción, y él cantaba con una botella de trago en la mano, mientras subían el ataúd al coche fúnebre.
Me pregunto, aparte de ayudarnos a sobrellevar la pena, para qué sirven esos homenajes; si los muertos, donde quiera que estén, si es que hay vida después de la muerte, se sentirán bien con ellos o creerán que son una pendejada. No lo sé.
Como me gusta escribir y leer, me propongo hacerle un homenaje a Cortázar. Me voy a leer el capítulo 23 de Rayuela, en el que Oliveira asiste a un concierto de la pianista incomprendida Berthe Trépat.
Como ya saben, no creo en eso de los libros obligatorios, sino en los capítulos obligatorios, y ese, pienso, es uno que todos deberían leer.
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