Una vez, en la universidad, en un curso o taller, nos preguntaron qué coleccionábamos. No recuerdo que respondí. En algún momento de mi vida coleccioné llaveros, pero me aburrí. En cambio, si recuerdo lo que respondió una mujer de pelo negro corto, con un aire de nostalgia y seriedad: “Yo colecciono recuerdos”. ¿Acaso no hacemos eso todos?, en fin.
Si ese es el caso, yo intento coleccionar citas que leo y me llaman mucho la atención. Hoy me acordé de una de Oscar Wilde que memoricé a medias, pero, si no estoy mal, hablaba acerca de rendirse ante los deseos más profundos que tenemos, y hacer lo que tengamos que hacer, sin pensar mucho en el qué dirán.
Imagino que el autor hace referencia a esos deseos inconfesables, que no le contamos ni siquiera a la(s) almohada(s).
En últimas lo que les cuento tiene que ver con aventarse, palabra que la RAE define muy bien: “ir violentamente hacia alguien o algo”.
Pienso en esto, porque creo que ese es uno de los tantos efectos que nos va a dejar la pandemia, que nos recordó lo finito que somos.
En muchas partes he leído la frase: “Cuando éramos felices, pero no lo sabíamos”. Imagino que después de que pase esta locura, va a haber una epidemia, si me permiten decirlo, de aventamiento.
La gente se va arriesgar más, de forma violenta, a hacer lo que sea: declararle su amor a alguien, viajar a ese destino que mueren por conocer, renunciar a un trabajo o relación, escalar el Everest o nadar con tiburones, yo qué sé.
No sé si eso vaya a ser bueno o malo, pero seguro que las personas dejarán de tomarse todo tan en serio y tratarán de vivir más, de aventarse hacia eso que no pueden sacarse de la cabeza.
Guarden este post para dentro de 100 años, para ver si tengo o no razón.
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