Leo un libro sobre storytelling de una autora que sabe mucho del tema. Explica el funcionamiento del cerebro y cuáles son las palancas emocionales que se deben accionar si queremos que una historia tenga impacto.
Dice que toda historia se puede resumir a la pregunta: ¿Qué tal si…? Que ese, digamos, es el punto de partida, y luego explica paso por paso qué se debe hacer para desarrollar ese Qué tal si, y que no solo se quede en una situación curiosa.
Con respecto a eso, dice que ahí fallan muchos ejercicios de escritura creativa. Por ejemplo, que si a alguien le dicen que escriba una historia sobre una persona que se encontró una botella en una playa con un mensaje adentro, el texto que se logra carece de sentido, porque el protagonista de esa historia fue lanzado abruptamente a ella, sin ningún tipo de contexto, sin ningún conflicto interno que, dice, es lo que en realidad desarrolla la trama.
El tema me interesa mucho, pero no sé, pienso que contar una historia no debe ser proceso tan ordenado. De esto hablan las escritoras Rosa Montero y Anaïs Nin.
La primera dice que sus novelas vienen del mismo lugar que los sueños. Cuenta que ya no le preocupa escribir una buena novela; un hecho que tiene que ver con la libertad, que significa dejar circular el inconsciente.
La segunda, en uno de sus diarios, menciona que en el yo más profundo e inconsciente se encuentra la verdadera fuente de creación.
Las mejores historias que, creo, he escrito, tienen algo de ambos mundos. Me inclino más hacia el del sueño, pero la autora del libro que les hablo dice que la creatividad, para que sea efectiva, necesita una correa para no salir disparada a cualquier parte.
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