Me gusta tomar cursos de escritura, aunque hay personas, como la escritora Vivian Gornick que dicen que no se le puede enseñar a escribir a las personas, que el don de la expresividad dramática y el sentido natural de la estructura va mucho más allá de intentar escribir, y que todo aquello con lo que se nace es imposible enseñarlo.
Eso dice en un libro que se llama The situation and the story, pero luego como para suavizar ese punto de vista tan enquistado concluye que lo que si se puede hacer es enseñar a las personas a leer y a desarrollar un sentido de crítico hacia una pieza escrita.
Se me ocurre pensar que el día en que Gornick escribió eso se había pegado en el dedo chiquito del pie izquierdo con una esquina de la cama y estaba envenenada, de ahí esas palabras como tan llenas de rabia y superioridad moral.
Es muy probable que si existan esos errores divinos, es decir esas personas que llevan el don de narrar y contar historias en la sangre, y que incluso logran que una lista de mercado sea una obra maestra, pero también, imagino, muchos escritores se han hecho a pulso y han mejorado su arte con el paso de los años.
Pero aunque la Gornick tuviera razón, igual no dejaría de tomar cursos de escritura, porque más allá de querer aprender a escribir como los dioses, me llama más la atención el ambiente de esos espacios, repletos de personas que les gusta leer y escribir, sin importar si lo hacen bien o mal; en últimas lo que más me interesa es juntarme con mi tribu.
En particular me gustan mucho los cursos que tiene clase los sábados a eso de las 9 de la mañana. Cuando doy con ellos, siempre identifico un café cercano al lugar dónde los dictan y madrugo para leer dos horas antes de la clase.
En uno que tomé en el Fondo de Cultura económica, el lugar que seleccioné era el Juan Valdez que quedaba en primer piso. A veces, cuando no lograba madrugar y llegaba justo para entrar a clase, compraba un capuchino y una torta de zanahoria y me la comía en el salón.
El escritor que dictaba el taller siempre hacia algún comentario cuando yo entraba al salón haciendo equilibrio con la bebida y la porción de torta. Al final él siempre se comía las uvas pasas, que yo iba apartando de la torta con el tenedor como un micro cirujano experto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500