2 días de esta semana sin escribir acá.
Vuelvo y repito: pido disculpas si esa no escritura causó algún desbarajuste en el mundo. Tiendo a pensar que la escritura mantiene la cohesión de los eventos y evita que el curso de la vida se despiporre más de lo normal.
Así que si usted, estimado lector, notó un ligero cambio en su vida, puede que haya sido culpa mía. Lo siento, no era mi intención.
El lunes estaba muy cansado. En la noche leí un rato y luego me puse a ver televisión. Ayer, en la tarde, tuve un round de escritura con un texto de 1500 palabras, de las cuáles me faltan 50, y que, espero, aparezcan cuando lo edite.
Ese texto me dejó secó de palabras y por la noche me dio pereza sentarme al computador. Además, pensé, “¿cómo saber que no voy a desperdiciar las palabras que me hacen falta si me siento a escribir?”, mejor me las guardo para cuando les de la gana de abandonar las profundidades del subconsciente.
Imaginaría uno que esas cosas no pasan, y que hay palabras para cualquier texto en cualquier momento, pero puede que no, que las palabras que estoy utilizando hoy, se las estoy quitando a otro escrito, entonces esas veces en las que uno dice estar sin inspiración, lo que en verdad ocurre es que se anda sin palabras, porque ya se utilizaron.
Vamos por ahí creyéndonos los amos del lenguaje, pero este nos habita y se despoja de nosotros a su antojo.
Después de ese último párrafo que más bien tiene pinta de frase, le faltaban 46 palabras a este post para completar las 300, el mínimo que trato de escribir. No sé de dónde saque dicha cifra. Me parece que la menciona Stephen King en su memoir mientras escribo.
Quizá me gasté 46 de las 50 palabras que necesito para el otro texto, aunque el tema no tenga nada que ver con este, ojalá que no seas así. Ya les contaré.
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