He escrito 5 veces sobre Jacinto Cabezas, que es considerado un escritor de culto por un grupo reducido de personas, y que prefiere andar en el anonimato.
En esta entrada les conté sobre la opinión que dio sobre los rituales para escribir cuando le hicieron una pregunta en un festival literario en Nantes, Francia
En esta otra, hable sobre lo que piensa de la ficción y realidad y lo malinterpretados que, según él, están ambos conceptos.
En esta, la forma en que le gusta explorar los bordes de la existencia en su obra.
Y aquí escribí acerca de sus problemas con la escritura.
La última vez que escribí sobre él, fue en este post donde conté su opinión acerca de días buenos y malos para escribir.
La semana pasada, después de una seguidilla de clics, di con una entrevista que no había leído nunca. Se la hicieron en Praga en 1983, cuando dictó una conferencia sobre el escritor Jaroslav Hašek.
La periodista, una tal Zuzanne Wilkins, le preguntó cómo hacía para lidiar con las críticas que le hacían a sus obras. Antes de contestar, Cabezas le dio un sorbo a una botella de agua, así lo narró Wilkins, cruzo la pierna derecha sobre la otra, aclaró su garganta y dijo:
“En los inicios de mi carrera, defendía mis textos con un fervor enfermizo, podría haber ido hasta la muerte por ellos. Me molestaba que alguien apuntara errores sobre mis obras o diera opiniones determinantes sobre ellas.
Luego, con el tiempo, me di cuenta de que era un desgaste; así que dejaba que la mayoría de críticas me rebotaran, sobre todo las mal intencionadas y que solo pretendían desprestigiarme. En cambio, había otras a las que les prestaba atención, pues eran constructivas y me hacían dar ganas defender mi obra como al principio de mi carrera.
Eso, lo tenía claro, dejaba en evidencia que el texto estaba cojo, pues una narrativa, sólida, compacta, redonda, digamos, y sin ningún tipo de grietas por donde se le escape el significado, no necesita que nadie la defienda."
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