Cuando Paula Daconte se enfrenta a un problema desconocido tiende a entrar en modo parálisis y se angustia más de la cuenta, aunque resulta imposible saber si los niveles de preocupación que alcanza una persona ante cualquier situación que experimenta son justificables o no.
Ya sabemos que, y parafraseando el dicho: el caos para el insecto es la felicidad para la araña, en fin.
Cuando era pequeña y algo la asustaba, acudía a su madre, que siempre, como todas las de este mundo e imagino que las de otros, sabía qué hacer o qué decirle para tranquilizarla.
Años más tarde cuando consiguió un trabajo en la capital y experimentaba otra desazón de la vida, pero ya sola en su apartamento, se preparaba una bebida caliente, apagaba las luces de la sala, se envolvía en una manta. Cuando ya no sabía que más pensar, se decidía a llamarla por teléfono.
Así fue hasta que se aburrió de hacerlo porque sintió que el efecto placebo no era el mismo que cuando veía como las palabras salían de su boca.
Ahora, cada vez que experimenta un nuevo achaque emocional, Daconte toma otra postura.
Con su madre ya muerta hace 5 años, lo que hace Daconte es imaginarse sola en el mundo, es decir, piensa que no tiene a quien acudir para pedirle un consejo.
Le gusta pensar que a este mundo venimos solos, lo transitamos solos, así vivamos rodeados de personas, y que, claro está, lo abandonamos solos.
Esa postura le permite analizar los problemas con cabeza fría, verlos desde otra perspectiva, una menos pasional.
Sí, habrán lágrimas y también angustia, pero se ha dado cuenta qué esa la mejor manera de enfrentarse a la vida.
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