Recuerdo que cuando se murió Joe Arroyo, muchas personas, al parecer, estaban devastadas por la noticia y decían que habían llorado mucho, y claro, al instante les llovían las críticas: “No, pues tan fan del cantante, fijo no se sabe ni una canción”, y así.
No sé si algún día llegué a llorar la muerte de una figura pública, creo que no. No critico a quienes lo han hecho, pero en mi caso me parece exagerado, aunque mejor no digo nada, porque la vida siempre se empeña en derrumbar nuestras certezas.
Sin embargo, cada vez que muere un escritor siento, digamos, una ligera desazón.
Este sábado falleció Almudena Grandes. No soy un fanático de su obra y solo me he leído una de sus novelas: Las tres bodas de manolita; una historia que se desarrolla en Madrid, luego de la guerra civil.
Malena es un nombre de tango es otra de sus novelas y me cautiva mucho el título, quizá la lea pronto a manera de homenaje póstumo a la escritora.
Les decía que cada vez que muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba.
En estos días la he visto hablando en unos videos cortos y me parece que uno de sus fines en la vida era hacerle frente al caos y al horror; ponerle un poco de orden al mundo, el suyo por lo menos, con sus letras.
Considero que Los escritores, los de ficción para ser precisos, mantienen a raya la locura diaria que nos envuelve y que cuando uno(a) de ellos deja este mundo, independiente de su nacionalidad y si lo hemos leído o no, se genera un desequilibrio en el curso de nuestras vidas.
“Porque existen hambres mucho peores que no tener nada que comer ,
intemperies “mucho más crueles que carecer de un techo bajo el
que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que una vida en una casa
sin puertas, sin baldosas ni lámparas.”
- Las tres bodas de Manolita –
Las tinieblas ganan algo de terreno, ya les digo yo.
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