Me refiero a los capítulos de los libros.
Ayer iba a escribir sobre eso, pero 2666 me trajo el recuerdo de L. Y decidí no desperdiciarlo. De pronto, de forma inconsciente, guardé este tema para hoy por la pereza de tener que pensar en otro, o porque sabía que iba a tener dificultad de encontrar uno nuevo en medio de un festivo entre semana, uno de esos días que parecen muertos y que se van como por entre un tubo.
Mejor volvamos a lo de los capítulos cortos. La extensión de los capítulos de esa novela de Bolaños, fue algo que, a veces, me hizo sentir pesada la lectura.
Creo que, a la larga, no me enganchó mucho, pero a pesar de eso lo terminé de leer. Era una época en que tenía esa mala práctica y terminé muchos libros que me parecieron flojos a mitad de camino.
Eso es algo que no haría ni loco en estos momentos, pues como decía García Márquez: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable”.
Y es que la vida es muy corta para leer libros con los que sentimos que no conectamos, ¿acaso no?, en fin.
De pronto mi error fue haberle hecho caso a medias a L., pues ella siempre me habló de los Detectives Salvajes, pero un día visité una librería, antes de uno de nuestros encuentros, y 2666 era el único libro que tenían de Bolaños; una edición en pasta roja dura, hojas muy delgadas y letra diminuta.
Dicho esto, prefiero los capítulos cortos que los extensos.
No sé si eso signifique que soy un mal lector, uno desagradecido o quién sabe qué, pero así son las cosas.
Quizás mi gusto por los diarios de los escritores se deba a eso, pues las entradas suelen ser cortas, a veces de no más de una línea.
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