¿Qué hace falta por decir de esta novela? o, más bien, ¿qué hace falta por decir de toda la obra de Tolstói?
Imagino que muy poco, aunque siempre se podrán arañar ciertos aspectos para arrancarle algunas palabras al tema, como hablar hasta la saciedad de uno de los mejores inicios de una novela, ya conocen ustedes ese primer párrafo emblemático y si no, acá se los presento:
“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero
cada familia infeliz lo es a su manera”.
A veces, cuando recuerdo esas líneas me pregunto si el escritor ruso pensó ese inicio y cuántas veces lo edito, o si simplemente fue una frase que se le apareció en la cabeza, producto de una caminata o mientras tomaba una ducha.
Pero bueno, dejemos que los expertos en literatura hablen sobre Tolstoi y sigan haciendo los análisis que consideren necesarios.
Me acordé de la novela en estos días, porque un hombre publicó en una red social algo que, más o menos, decía así: mi hija de nueve años está leyendo Ana Karenina y mi hijo de 12, yo no sé qué clásico; algo debo estar haciendo bien”.
Que los niños lean me parece estupendo, pero que pasa con esos niños de 9 a 12 años, digamos que no leen nada, ¿acaso sus papás están fallando en su educación?
No sé, no sé nada, pero pienso que si yo hubiera leído Ana Karenina a esa edad me habría aburrido tremendamente. De hecho, a esa edad todavía no leía de forma frecuente y, creo, todavía hojeaba unos colección de libros que me habían regalado siendo más pequeño: 100 cosas y casos de los animales prehistóricos, 100 cosas y casos de la tierra”, y así eran el resto de títulos.
Los libros traían ilustraciones de esas cosas y casos junto con pequeños párrafos donde se narraba un dato curioso a manera de Guinness récord.
De acuerdo con lo que me conozco, si a mis nueve años me hubiera estrellado con eso de las familias infelices, seguro habría abandonado esa lectura.
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