Aquí, en Almojábana me refiero, suelo escribir de noche. También suelo leer de noche o, más bien, mi hora preferida de lectura es a las 11:00 p.m. Eso no quiere decir que pueda leer en otros momentos del día, sino que por alguna razón me agrada más hacerlo a esa hora.
Casi siempre hago lo segundo, y lo primero, escribir, a veces se me pasa como ayer. De repente estaba sentado en frente del computador, miré el reloj y ya eran las 11.
Aunque estaba cansado intenté pensar algún tema al cual pudiera arrancarle unas cuantas palabras, pero no se me ocurrió nada, así que desistí de la idea. De pronto es que ya había agotado mi cuota de escritura, porque en la mañana escribí una pequeña pieza acerca de los Thin places, lugares reales o imaginarios en los que el cielo se toca con la tierra.
Duré un buen rato mirando qué palabras utilizar para la frase de cierre de ese escrito.
Luego, en la tarde, logré salir de ese terreno de sequía creativa en el que llevaba algún tiempo estancado y comencé a escribir un cuento. La línea que lo abre dice: “Hola hermano, hoy voy a llegar a la casa en una bolsa para cadáveres. Te quiero. Hasta nunca”.
Apenas voy en la primera versión y no sé si sea un buen cuento o no, aunque lo más importante no es eso, sino sentirse a gusto con el tema, es decir, no escribir con pereza, como por obligación, sino emocionarse cada vez que se piensa en el escrito.
Creo que, en gran parte, los buenos textos dependen mucho de eso, de que tanto se encarrete uno con ellos, y de estar pensando durante todo el día en cómo mejorarlos.
Eso era algo que hacía rato no me pasaba con un cuento.
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