Recuerdo que en una edición de la feria del libro compré El camino de Cormac Mccarthy. Había tomado un taller de escritura y en una de las sesiones hablamos de esa novela.
Ese día no tenía pensado adquirir ese libro, pero se me cruzó en un stand, recordé la conversación sobre la obra y me la llevé.
Cuando llegué a mi casa armé, como siempre, una torre con los libros que había comprado. El que quedaba encima era con el que empezaba, y así iba despachando las lecturas.
Le llegó el turno a la novela de McCarthy. La edición que compré era una traducción, y el verbo apear aparecía a cada rato conjugado en distintos tiempos. Como no me gusta esa palabra, cada vez que la leía me sacaba de la lectura.
Dejé de leer la novela por eso y porque no me enganchó, creo que tenía mucha expectativa. Imagino o concluyo un par de cosas. La primera es medio romántica y mística, medio ridícula, más bien: no era el momento adecuado para leer ese libro, y la segunda es que siempre es mejor leer a los autores en su lengua original. Bueno, hasta cierto punto. Si se me antoja leer una novela, que sé yo, de un autor de Moldavia, pues no me queda otra que leer una traducción al español o al inglés.
Recuerdo que una vez me regalaron La República del Vino del premio nobel Mo Yan. Era una versión en español —Estoy lejos de aprender chino, claro está—, pero me dio la impresión de que era una doble traducción: de Chino a inglés y luego a español, por lo que a ratos había inconsistencias en el punto de vista. A pesar de eso, que era mucho más grave que el repudio hacia una palabra, la terminé de leer.
Quizá sea el momento de darle una nueva oportunidad a la novela de McCarthy. Les estaré contando si me subo o me vuelvo a
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