La idea que tengo es la cabeza es hacerlo, como mínimo, de 4 a 6.
Llego al café pasadas las 4. Hago el pedido y hojeo el celular mientras me traen la bebida.
Cuando por fin llega saco el Kindle y comienzo a leer.
Me engancho con la lectura hasta que alguien me llama: “¿Juanma?”. Volteo a mirar y es Verónica, una compañera de la universidad.
Nos saludamos, que cómo estás, que rico verte, y demás formalidades y ella me dice que tiene una cita con yo no se quiensito, pero que todavía no ha llegado. Luego inspecciona el lugar con la mirada. “Voy a mirar a ver si está adentro”, dice, y deja colgando la frase en el aire mientras se aleja, dando a entender que, si su cita no ha llegado, se sentará conmigo a esperarla.
“Mi lectura se fue al carajo”, pienso, mientras le regalo una sonrisa hipócrita y le doy un sorbo desganado al capuchino, pues ya no me lo voy a poder tomar mientras leo.
Al rato Verónica vuelve y confirma que cita no ha llegado. En ese momento ya estoy en plan charla y la invito a sentarse.
Repetimos un par de comentarios que nos acabamos de decir, y siento que a nuestra conversación le cuesta prender motores. Le pregunto que como está, que cómo le ha ido con la pandemia, pero quiero saber si la se le ha afectado el coco, que me cuente algo que me sacuda, como dice el poema The Invitation:
It Doesn’t interest me what you can do for a living. I want to know what you ache for, and if you dare to dream of meeting your heart’s longing.
pero seguro planteo la pregunta mal, porque me responde: “bien, estoy trabajando en X empresa como wachuwachu”.
“Que bueno”, respondo, y ella sigue contándome en qué consiste su trabajo. Quiere tomar las riendas de la conversación para llevarla a su campo: empresas, trabajo, etc. y yo tengo una pereza infinita de caer en ese terreno verbal. Solo quiero saber, en realidad, cómo ha estado, que deje de lado, por lo menos un momento, su postura profesional, pero no encuentro las palabras así que la dejo ser. Además, sigo pensando: mi lectura se fue al carajo.
Me cuenta que su hijo ya tiene 8 años y se pone a buscar una foto de él en el celular. Por fin encuentra una en la que sale solo y me la muestra. La miro y no sé qué decirle, si darle felicitaciones o qué, así que acudo a una respuesta que creo segura: “Se ve súper grande”, sin tener ni idea de cuál debe ser la altura de un niño de esa edad.
Verónica sigue mirando para todos los lados a ver si la persona que espera ya llegó. La siento, igual que yo, incomoda.
“Cuando me vuelve a mirar me pasa el balón de la conversación con la siguiente frase: “Pues sí, eso te cuento”, como diciendo “de malas mijo, mire a ver de dónde saca tema”. Me dan ganas de decirle que no me ha contado nada, pero me quedo callado y ella también.
Un silencio incomodo cubre la conversación hasta que me pregunta: “¿Y tú qué?, hijos, pareja ¿qué?” Le doy otro sorbo al capuchino para mojar la palabra. Ya está frio (mi lectura se fue al carajo) y le respondo que nada, negativo, null, nicht, nones, nein, naranjas, que ese departamento, al parecer, no cuenta con un manager o sus empleados andan en huelga.
Le digo que cada vez es más difícil conocer a alguien, y que esa dinámica en sí: Cómo te llamas, quién eres, que te gusta hacer, bla bla bla. Me da mucha pereza, pero que, imagino, no debe haber otro camino.
Verónica me da la razón y me dice que la única salida es que mis amigos me presenten a alguien. Intento hacer una broma y le digo que me presente amigas, pero ella hace que no oye, no sonríe y responde:
“Yo, por ejemplo, estoy en mi segundo matrimonio. Me cuenta que el primero no funciono porque ella y su expareja, aparte de una infidelidad de por medio, eran muy distintos, y que uno siempre sabe cuándo alguien no es para uno. “¿Cierto?”, me pregunta.
Aquí mis sentidos se ponen alerta, porque por fin se muestra un poco vulnerable, pero como en tema de relaciones soy más bien la voz de la inexperiencia, tampoco sé qué responderle. Contrapregunto: “¿Tú crees?”.
Verónica ahora se concentra en su celular y me pide disculpas. “Estoy en medio de una negociación con una empresa de Peru y es súper importante”, concluye. “Tranquila, dale sin problema”, le respondo.
Cuando deja de escribir en el celular, me cuenta a grandes rasgos de qué se trata todo. Dice algo que tiene que ver con temas legales y que allá todo eso es muy complicado, porque el cashback yo no sé qué cosas. Asiento con la cabeza, mientras le pido a los dioses de las conversaciones que me iluminen.
Luego me dice que está haciendo un MBA en tal lugar. “Ahhh el de X cosa, le menciono” y de inmediato me corrige: “no, este es diferente porque es con la metodología de Harvard. Todo lo vemos por medio de casos de estudio”
“Ahh ya”. Mi lectura se fue al carajo.
“¿Y tú qué haces acá?”
Le señalo la mochila y le digo que vine a leer un rato.
“Ahh veo, Yo me voy a hacer en otra mesa para esperar a mi cita”
Se pone de pie, la imito, nos damos un abrazo y se va a buscar otra mesa.
Vuelvo a prender el Kindle, y ya solo me queda un cuncho frío de capuchino. Me lo tomo y es un sorbo triste.
Retomo la lectura.
A quién no le ha pasado. Quieres estar solo y una persona a la que conoces se sienta a tu lado a contarte mierdas de su vida que no te importan y que no has preguntado. Y todo para decirte nada en realidad. Joder, mierda de gente. Eso sí, yo soy más de cerveza.
ResponderEliminarJaja tienes razón, solo queda tratar de no ser como esas personas.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar.