Para escribir, piensa Jacinto Cabezas, se debe tener la actitud de un niño. Es decir, debemos hacerlo desde la ignorancia, el asombro, pero nunca desde el conocimiento.
La idea se le vino a la cabeza cuando entró a la cocina y prendió la luz. Ese paso de las tinieblas a la claridad en una fracción de segundo lo impresionó. “¿Qué tuvo que ocurrir en la historia de la humanidad para lograr eso?”, se preguntó.
El escritor no solo se refiere a Thomas Alba Edison y sus miles de intentos para que un bombillo funcionara, sino todo ese complejo entramado de causas y eventos, y todas las variables que se debieron ajustar en un instante de tiempo para que su invento funcionara.
Por eso prefiere pensar que no sabe nada, que desconoce el 99% de la historia que está detrás de cada objeto.
Piensa que ocurre lo mismo con las personas, y que eso que llamamos personalidad es solo una capa externa que, por lo general, tratamos de que luzca bien, pero quién sabe con qué se pueden encontrar nuestros seres queridos, y no tan queridos, si nos pudieran pelar.
Cabezas también opina que lo más importante de escribir es contar lo que le pasa por enfrente de las narices y que entre más alejado pueda estar de figuras narrativas y simbolismos mucho mejor.
Así prefiere leer los grandes clásicos. Por ejemplo, no le da muchas vueltas a la Metamorfosis de Kafka y piensa que Samsa sí se despertó convertido en un insecto y ya está.
La escritura, concluye, consiste en ser ingenuo. Está de acuerdo con algo que leyó, de su colega Millás, hace unos días: “Toda tu vida depende de lo insaciable que sea el niño que llevas dentro”.
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