Tengo pereza de escribir. Dicha sensación está potenciada por no tener idea sobre qué hacerlo.
La única forma de combatirla es escribiendo. Siempre he pensado que la escritura es como un músculo que se debe ejercitar, sobre todo cuando sentimos que anda flojo.
Acudo a la solución más fácil: escribir precisamente sobre eso, mi pereza de escribir, o bien, mi incapacidad para hacerlo.
No dediqué un rato del día a pensar sobre un tema, porque me la pasé editando un correo que debía funcionar completico, es decir, no le podía sobrar ni faltar una palabra.
El correo también tenía un archivo adjunto que pude redactar más rápido de lo que pensé, pero mi maquinaria narrativa se varó al momento de enfrentarme al cuerpo del email.
Necesitaba que fuera cercano y por eso conté una pequeña historia al comienzo, pero cuando debía hacer una transición al tema central, mi mente quedó en blanco.
Salí a dar una vuelta. Como ya lo he dicho antes, a veces, para que las ideas fluyan, lo mejor es pensar en los huevos del gallo de forma deliberada.
Caminé hasta un Dunkin’ Donuts y me compré una de Choco-maní (la mejor de todas y no pienso discutirlo por el momento), luego le di una vuelta a un parque y regresé a mi casa.
Hasta ese momento seguía sin pensar en el correo que debía enviar.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue prepararme un tinto. Mientras lo hacía, no me aguanté las ganas y le metí un mordisco a la dona. Me supo muy bien porque estaba fresca, a diferencia de esas que dejan en el mostrador un viernes y el fin de semana es largo porque hay festivo, y cuando uno las compra emocionado resultan tiesas.
Si el mordisco solitario de la dona fue bueno, ustedes no se imaginan su maridaje con el tinto. Me la acabé en no más de 5 mordiscos, alternados con sorbos de la bebida.
Luego me senté en el escritorio, leí lo que llevaba redactado del correo, vi un camino para enfocarlo de otra manera, lo tomé y luego de 15 minutos le di clic al botón enviar.
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