Hoy me acosté hacia la 1 de la mañana. La culpa la tiene mi psicorrigidez lectora y un capítulo de una novela que se negaba a terminar. Y es que uno no puede andar por ahí dejando una lectura en cualquier punto de un párrafo, ¿cierto?
Cuando digo me acosté, quiero decir que cerré los ojos, pero di vueltas para un lado y para el otro pensando en eventos y situaciones, del pasado, presente y futuro. Entonces imagino que me quedé dormido a eso de las dos.
La lectura, en mi caso, se termina cuando un capítulo acaba, pues supongo que ese punto sentencia un cambio de escena, de locación, de tiempo en la obra, es decir una forma en que el autor nos dice: “aquí va a pasar otra vaina”.
Me desperté a las cinco y después del almuerzo pensé que iba a morir de sueño. Ahora intento pensar que fue lo que almorcé, pero ese recuerdo se esfumo. Imagino que fue a parar al mismo lugar en el que mi sueño se encuentra.
De pronto algo tienen que ver el tinto que me zampé después del almuerzo y el té con el que cerré la tarde, pero vaya uno a saber; siempre he sido de esos que consumen cafeína casi a la medianoche y mi sueño sigue intacto.
Entonces aquí me encuentro escribiendo esto a ver si el cansancio le da la gana aparecer. Por el momento tengo pensado leer un rato, pero puede que apenas lo intente, el sueño me tumbe de un golpe fulminante.
Se me acaba de ir la paloma. A la mitad del párrafo anterior pensé en una idea que tenía algo que ver, pero luego del punto que lo cerró, quedé en blanco. De pronto si tengo sueño, pero me niego a aceptarlo. A veces soy así de masoquista, es decir, a pesar de estar cansado, me obligo a estar despierto hasta la madrugada.
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