martes, 6 de septiembre de 2022

Faltan horas

Me trasnoché vilmente. Lo hice mirando un documental y cuando terminé el capítulo, apagué el televisor, pero en vez de acomodar las almohadas para dormir (tirar dos al suelo y quedarme solo con una) me puse a mirar el celular. Lo admito, perdí tiempo de lo lindo.

Me absorbió ese aparato del demonio y no vi nada importante. Lo mismo de siempre. Pero uno se queda ahí, haciendo scroll down, como a la espera de alguna noticia que le va a cambiar la vida.

Imagino que mirar el celular con compulsión le drena un poco la vida a uno, que el tiempo que desperdiciamos en él equivale a X cantidad menos de vida, pero ni modo, no todos podemos ser monjes budistas ni seres iluminados, ni ninguna de esas jodas. Así que ya está, no hay que darse tanto palo e intentar vivir lo mejor que cada uno pueda con o sin celular, con o sin templo budista, con o sin inserte aquí algo de su preferencia bien sea objeto u emoción.

Cuando por fin decidí dormir, programé 1000 alarmas en mi celular. Al final o al otro día, mejor dicho, pasó lo que muchas veces pasa, me desperté temprano antes de que sonara cualquier maldita alarma.

No sé por qué ocurre eso.

¡Claro!, debí haberme puesto de pie e irme directo a duchar  para aprovechar el día, signifique lo que eso signifique, pero tenía sueño y mi yo no tuvo problema en caer en la trampa de “solo 5 minutos más”, pero la volqueta se fue al río y fueron 2 horas.

Menos mal que algo, un ruido, una corriente de aire, un espíritu, qué sé yo, me despertó, porque ya no tenía configurada ninguna alarma para esa hora.

El punto es que hacen faltan horas. Horas para leer, escribir, para mirar pal techo, a las montañas, para tomarse un café y ver pasar la gente, faltan horas para bajarle las revoluciones de esta vida que va tan rápido, ¿no creen?

Si no me quieren dar horas para eso, me conformo con más horas para dormir.

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