jueves, 10 de noviembre de 2022

El demonio en el espejo

Lo acaba de ver, pero sigue manejando como si nada. Siente cómo se le acelera el corazón así que respira profundo para bajar las pulsaciones.

Llega a una intersección y el semáforo se pone en rojo. No le gusta quedarse quieto. Piensa que estar en movimiento le ayuda a calmarse. Además, hace calor y su auto no tiene aire acondicionado.

Sabe que es una ilusión, un juego de su cabeza, un truco visual de su enfermedad mental, pero es tan real como la mujer que ahora cruza la calle. Le sostiene la mirada y ella le sonríe: “Si tan solo supiera que estoy en el borde del precipicio de la locura”, piensa.

Quiere y no quiere mirar otra vez por el retrovisor, le molesta esa especie de morbo. Le molesta que su cabeza esté mal cableada y que la realidad se distorsione en el momento menos pensado. Igual lo termina por hacer y ve al demonio sentado en el asiento trasero, que lo mira sin decir nada.

Es de piel roja y cuernos como de cabra. “Es muy normal. Quizá la imagen solo es una proyección de toda la basura que tengo almacenada en el subconsciente”, piensa.

Las apariciones nunca le dicen nada. Cree que esa es una buena señal, pues le indica que, de cierta forma, los medicamentos que toma funcionan. No tiene idea qué podría llegar a hacer si el demonio comienza a hablarle. Significaría que ha enloquecido por completo, que ya no vale la pena seguir viviendo.

El pito de los carros que vienen detrás lo sacan de sus pensamientos. El semáforo ya está en verde. Arranca de nuevo y otra vez fija la mirada en la calle, solo espera que cuando vuelva a mirar por el espejo, su acompañante haya desaparecido.

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