En mis épocas de estudiante me gustaba tener apuntes agradables a la vista, es decir, con títulos en un color diferente y ordenados.
Con mi velocidad sacrificaba estética, así que muchas vedes me decía: “voy a tomar apuntes a la maldita sea y cuando llegue a la casa las paso a limpio”, pero la verdad casi nunca me hice caso, y al final estudiaba para los parciales con mis apuntes frenéticos, que a veces eran garabatos indescifrables.
No entiendo cómo pueden, sobre todo las mujeres, tomar apuntes de forma ordenada y con miles de colores para títulos, subtítulos y viñetas.
Así era Juliette, una mujer con la que estudié alemán y que tenía un cuaderno con apuntes perfectos, como para exhibir en un museo.
Hablo de ella porque una vez me quedé con su cuaderno, luego de pedírselo prestado para el examen final, porque otra vez había fracasado con el orden de mis notas.
Para los títulos Juliette utilizaba un esfero de color morado, el resto lo escribía con negro y subrayaba las casillas de los cuadros explicativos, como el de las declinaciones, en color rojo.
La verdad no sé cómo lograba copiar a tanta velocidad, mientras yo escasamente entendía lo que decía el profesor.
Juliette hablaba francés porque su abuela materna le había enseñado ese idioma, pero tengo mis sospechas de que también tenía mejores bases de alemán que el resto de nosotros, aunque siempre lo negaba con una gran carcajada.
Eso era otra cosa que no entendía, siempre parecía estar dispersa, hablando con Felipe quien, al parecer, estaba tragado de ella.
Eso me gustaba de ella. Se la pasaba de buen humor y con frecuencia su risa se alzaba por encima del resto de voces del salón, hasta que la profesora le decía: Juliette, Kanst du bitte vorlessen? ( ¿Puedes por favor leer en voz alta?)
Así y todo, riendo fuerte la mayor parte del tiempo, tomaba apuntes de forma casi perfecta.
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