"Yo lo haría", me dijo
Yo con tapabocas porque tengo una tos de perro que no se me quita con nada, y ella, la cajera, allá sentada en su cubículo tratando de persuadirme, mientras las pulseras de sus muñecas hacían cling cling, cuando movía las manos.
“¿Por qué?”, le pregunté con desgano.
La impresora de mi casa falló, así que había salido a imprimir el extracto de la tarjeta de crédito.
Llevaba la plata exacta para pagar la tarjeta, y nunca pensé en el costo de la impresión.
Comencé a echar una retahíla de madrazos, hasta que se me ocurrió la solución.
De camino al banco, tomé un desvío para pedirle prestada una mísera moneda de $200, a Lina, una mujer parlanchina que atiende una papelería.
Luego fui al local de impresión, y por último me dirigí a mi destino final, el banco.
El lugar estaba repleto y me tocó el turno C27. Ahí, como una celda de Excel, no tenía ni idea si debía esperar mucho o poco tiempo.
Después de 15 minutos por fin salió mi turno en la pantalla.
Y fue ahí en la caja, después de pasarle el dinero a la cajera y que ella lo contará, cuando me dijo:
“¿Ya tienes asegurada la tarjeta?”
“No”
“Yo lo haría”
Luego me dio un par de razones: que para evitar fraudes por internet, por si compras un electrodoméstico y te sale malo, por esto y lo otro”.
“Puede hacerlo ya mismo”.
Lo que ella no sabía es que compro muy poco por internet. Además, imaginen mi nivel de abuelitud que insisto en pagar la tarjeta de crédito yendo a una sucursal y con el extracto en mano, en fin.
Quizá le faltó tener un discurso más preparado, o algunas preguntas para tener un perfil mío más detallado, para ver si valía la pena abordarme con ese tema.
“No gracias, mejor no”, le dije y sonreí debajo del tapabocas.
Ella también lo hizo y me deseo un buen día.
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