Salgo a tomar un café.
De camino al lugar caigo en cuenta de que estoy tranquilo, que en ese preciso instante ningún tema de los que ronda por mi cabeza me angustia. Quizá esa fue la razón que me hizo dar ganas de salir por un café. Siempre hay que aprovechar esos instantes de relativa calma y sacarles el mayor provecho posible, pues en menos de un segundo la vida se nos puede enredar.
A menos de una cuadra de llegar al lugar al que suelo ir, uno en en que le echan galleta oreo triturada por encima al capuchino, veo que un hombre de saco azul con capucha que camina en dirección contraria.
Tose, intenta tomar aire y tose de nuevo. Nada que una buena aclarada de garganta no pueda solucionar, pienso, pero el hombre sigue tosiendo. Algo no anda bien.
Cuando me lo cruzo caigo en cuenta de qué es lo que le pasa: El hombre llora de forma desconsolada. Por la forma en que lo hace parece que carga toda la tristeza del mundo encima. ¿Qué le habrá pasado?, me pregunto, ¿qué noticia le dieron?
Volteo a mirarlo y sigue llorando sin importarle nada. El único cambio en su andar, es que ahora metió las manos en los bolsillos y agachó su cabeza.
Me gustaría traspasarle un poco de la tranquilidad que tengo en ese momento, decirle algo como todo va a estar bien o cualquier frase vaga para levantarle un poco el ánimo. Incluso invitarlo a tomar un café para que descargue sus penas a un completo desconocido.
Sigo pensando en qué fue lo que le paso y trato de inventarme cualquier historia para justificar su forma de actuar.
Ojalá que el hombre del saco azul se encuentre mejor en este momento.
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