Así se llama un libro de Antón Arrrufat, un escritor cubano.
Apareció en el trasteo y, al parecer, como su no nombre lo indica, es un libro que habla sobre cosas que pueden pasar desapercibidas. Por lo menos eso es lo que me induce a pensar los títulos de algunos capítulos que leo al azar: El álbum, El blanco, El juego de dominó, La glorieta.
Me gusta que tenga la palabra cosas en el título. Una vez oí decir a una mujer que es tutora de escritores, que está mal utilizarla. Si mal no recuerdo, decía que era una salida simple, que evidenciaba un mal uso del idioma, pero hay cosas que deben tildarse de cosas, disculpen ustedes a redundancia.
No me gustan esos consejos determinantes sobre cómo debe ser la escritura. En un taller de escritura que tomé, por ejemplo, el tallerista decía que, si uno enviaba un manuscrito a una editorial, con muchos adverbios de modo terminados en mente, era descartado de inmediato.
No lo sé, no soy lingüista. Puede que sea verdad, pero me gusta pensar que el lenguaje es moldeable y flexible y que debe haber una manera para cometer tal “error” en un texto.
En fin, me desvié del tema, de la cosa en cuestión, el libro de Arrufat. Imagino que lo leeré pronto, pero quién sabe cuando será. La rapidez con la que me antojo de libros que quiero leer es inversamente proporcional a mi velocidad de lectura.
Si no estoy mal, creo que el libro me lo regalo L. luego de ir de vacaciones a ese país. No sé por qué no lo leí en ese momento y luego lo olvidé, pues siempre trato de hacer eso, es decir, de leer los libros que me regalan y que a mí no se me habría ocurrido comprarlos porque no conocía al autor o porque de primerazo no me llamaba la atención. Pienso que es un acto de confianza y afecto por parte de quien lo regala.
Ya les contaré cómo me va con la lectura que, repito, espero que sea pronto.
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