24 de diciembre por la mañana.
Mi hermano me pregunta si quiero acompañarlo a un centro comercial para hacer una compra de último minuto.
Lo dudo porque me desperté a las 2.00 a.m, caí en el abismo de hojear el celular y no dormí mucho, así que preferiría quedarme haciendo pereza. “No sé”, respondo. Me dice que si me decido acompañarlo, sale en quince minutos.
Acomodo las almohadas, cierro los ojos, pero el sueño se esfumó por completo, así que me levanto y me meto a la ducha.
Más tarde paseamos por el centro comercial y mi hermano no consigue nada de lo que está buscando. “Vámonos”, dice, pero antes de salir debemos comprar unas cosas, para la cena de navidad, en el supermercado.
Si el centro comercial está lleno, el supermercado es un territorio de guerra. Vamos por unos pan baguette a la panadería y no encontramos ni medio, pero el panadero mete los dos que necesitamos al horno. Mi hermano me dice que lo mejor es que me adelante y vaya a pagar el esto de cosas a las cajas que quedan a la salida del lugar.
Las cajas están a reventar y las colas para pagar están larguísimas, me hago en una que tiene un aviso que dice: “Máximo 10 productos”, la caja rápida que llaman, pero la verdad está lenta. Miro a la cajera y atiende como con desgano y con cada cliente se demora bastante. No la culpo, debe estar cansada como un berraco.
Cuando comienzo a hacer fila solo hay 4 personas delante de mí, pero luego de un par de mintos la cola detrás mío crece con furia navideña.
Como siempre ocurre cuando hago fila en un supermercado, parece que en mi frente aparece un letrero que dice “Pase por aquí”, pues varias personas quieren cruzar la fila justo por el lugar en el que estoy ubicado.
La mujer que tengo delante, que lleva puesto un saco navideño con mucho verde y rojo, se voltea y me pregunta: “¿Será que me puede guardar el puestico?”. “Claro”, le repondo. Me agredan ese tipo de códigos sociales tácitos, y me acuerdo de ese otro que ocurre en un bus y que consiste en pasar las vueltas del pasaje de una persona de mano en mano,
Mientras guardo el puestico, me distraigo con el títulos de uno de los libros que ofrecen en la caja como: Enseñale a tu ansiedad quién manda. Pienso que debe ser porno motivacional, pues creo que si se trata de mandar, la ansiedad nos da dos vueltas, pero ¿qué sé yo?.
Otro título es El milagro metabólico, pero ese no me dice nada. De pronto me parece aburridor porque lo asocio con dietas. En fin, mientras echo globos con los títulos de los libros, un hombre que está atrás le habla a una bebé: “Mi amor, ¿quieres tetero?”. El único gesto que hace la niña es estirar los brazos, el hombre lo toma como un sí y con unos movimientos rápidos y precisos, saca un biberón y prepara el tetero como de la nada.
La fila sigue sin avanzar y ahora pienso que el gentío y un turno que parece no terminar, le pueden causar ansiedad a la cajera.
A la mujer, pienso, le debe saber a mierda tener que trabajar un 24 de diciembre, con una balaca ridícula con dos papás noel que tiemblan cada vez que se mueve.
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