Quizá algunos aparentan estar felices, pero en realidad llevan pensamientos asesinos en su cabeza. Tal es el caso de un señor que conduce un coche de bebé y que pasa por el lado de otro hombre que está sentado en una mesa. A este último lo compaña su perro, negro y gigante, que está echado debajo de una silla.
Debido a su gran tamaño, las patas le quedan por fuera y ocupan un espacio mínimo del lugar por donde las personas caminan, o bien llevan coches de bebé.
A ratos los perros de otras personas comienzan a ladrar de forma exagerada cuando ven al perro negro. La mayoría son de esos perros chiquitos que hacen bulla por nada y que sí ayudan a generar pensamientos asesinos, en fin. El perro gigante, en cambio, es indiferente a la algarabía de otros perros y sigue echado como si nada con la cabeza encima de sus patas, en una actitud Zen.
La calma de la escena se quiebra cuando el señor que lleva el coche pasa por el lado del señor del perro negro y las ruedas del coche rozan las patas de la mascota. Discuten un poco: Que se corra para allá, que ahí cabe”, que cómo se le ocurre traer semejante animal tan grande. El señor del coche sigue su camino, el perro continúa echado, y su dueño sentado.
Al poco rato el señor del coche, que no sabemos qué piensa, vuelve a pasar por el mismo lugar y esta vez, parece que a propósito, pasa las ruedas del coche sobre las patas del perro. El dueño de la mascota toma una de las manijas del coche para levantarlo y ahí el otro comienza a gritar: “¡No me toque el coche señor!”, “pero no ve que está pisando al perro, ahí tiene suficiente espacio”. “Que no me toque el coche, le vuelvo a decir”.
El rifirrafe verbal dura un corto tiempo, pero no pasa a mayores.
Si hay que rescatar algo de esta escena es la actitud Zen del perro, que no se inmutó para nada.
El rifirrafe verbal dura un corto tiempo, pero no pasa a mayores.
Si hay que rescatar algo de esta escena es la actitud Zen del perro, que no se inmutó para nada.
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