No soy fan de releer libros, pero hace unos días caí en ese hábito. ¿Es bueno o malo?, no sé. El caso es que estoy releyendo un libro, ¿cuál?: Los Articuentos Completos de Juan José Millás, mi escritor favorito.
Fue por ese libro que lo conocí. Hace años estaba caminando de forma distraída en la feria del libro y en un stand de Planeta, si no estoy mal, fue donde lo vi. Algo me obligó a tomarlo y abrirlo en cualquier página. El párrafo que leí me hizo reír, luego busqué otro y otro más y me hicieron sentir bien, así que me lo llevé sin dudarlo.
Recuerdo que una vez tomé un curso con Antonio García Ángel y en la primera sesión nos preguntó qué autores nos gustaban. Cuando le dije que Millás, me dijo que había leído su novela Laura y Julio, pero no le había gustado mucho, pero que en cambio sus Articuentos le parecían demasiado precisos.
Entonces releo ese libro porque uno debe estar donde se siente bien, ¿acaso no? Además, porque ya he leído el resto de obras de Millás y quién sabe cuando desaparezca él o yo de esta tierra. Puede darme un paro fulminante al corazón mientras escribo esta frase y hasta aquí llegué…acá sigo, afortunadamente.
Por otro lado cuenta Millás en La muerte contada por un Sapiens a un Neandertal, el libro que escribió con Arsuaga, que el Paleontólogo le preguntó si le gustaría saber los años que le quedaban de vida. El escritor le dijo que bueno y entonces Arsuaga sacó el móvil y luego de introducir cuatro o cinco datos en una aplicación, le contó que le quedaban doce años y tres meses de vida, que bien podrían ser menos o más. Ante el dato Millás concluye que le queda el tiempo justo para escribir un par de novelas.
Entonces en parte por eso releo los Articuentos porque no sé en qué momento él o yo vamos a estirar la pata. Ahora bien, va a ser una relectura de a sorbitos, es decir, tengo el libro a mi vista sobre el escritorio y en cualquier momento lo tomo y leo un articuento o dos, como máximo, y lo vuelvo a soltar. Hay libros, como los diarios por ejemplo, a los que les aplica ese tipo de lectura. Además no quiero atragantarme con sus más de 900 páginas de un solo trancazo, algo que ya hice en su momento; pues bien anota Millás en el prólogo: “Ha quedado un volumen algo incómodo para leer en la cama, aunque apto para ser utilizado como almohada”.
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