martes, 17 de septiembre de 2024

Zumbido

Se oye un zumbido. ¿Qué lo produce? Las alas de un colibrí con un plumaje verdeazulado metalizado y un pico negro que parece una espada. Esa espada que María Ospina define como: “puro artificio, como si el cuerpo del pájaro existiera solo para sostener ese escándalo”.

El ave se sostiene en el aire, mientras chupa el néctar de una flor roja. lo hace durante unos segundos, trina de forma frenética y sale disparado a volar en cualquier dirección. Al poco rato vuelve a la misma flor y de nuevo sale disparado hacia otro lado. Es como si supiera que le queda poco tiempo de vida. De ahí su afán.

Es puro instinto, puro azar, pura supervivencia, comer o morir podría pensarse. Quizá esa sea una de las claves de la vida, no sobrepensar tanto las cosas y actuar al menor impulso que se sienta, moverse al ritmo del primer zumbido, a manera de susurro, que nos dicta la vida. No lo sé, quizá el colibrí y el resto de animales lo tienen claro, mientras los humanos nos complicamos la existencia.

Hace calor y parece que ese clima les gusta a los colibríes. Cuando el día es opaco y lluvioso no se les escucha trinar. No se escuchan sus zumbidos.

El cielo cuenta con pocas nubes y el sol se oculta detrás de ellas. Estamos encerrados en ese pequeño y pálido punto azul del que hablaba Carl Sagan. Esa gran roca suspendida en el espacio y que contiene todo lo que conocemos: la política, las religiones, las creencias, los amores; eso y todas las cosas en que podemos pensar, las lleva ese punto azul, como zumbidos que se van desvaneciendo en el tiempo.

Solo somos una mota de polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, dice el narrador de una novela de Rosa Montero, y hemos sucumbido ante la razón y voluntad, dejando de lado el zumbido de nuestros impulsos.

Ahora se escucha otro zumbido menos intenso que el del colibrí. lo producen las alas de una abeja con un vuelo más torpe y menos decidido que el del ave, pero si hay algo que une a esas especies es el instinto, esa desfachatez para actuar. Por su volumen, resulta difícil localizar al insecto con los ojos. Tal vez busca la misma flor de la que bebió el colibrí.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Escribir para mis propios ojos

El siguiente es una los apartes que más me gusta de los diarios de Virginia Woolf:

"Pero lo que es más relevante es mi creencia de que el hábito de escribir
de esta manera solo para mis propios ojos es una buena práctica.
Afloja los ligamentos. No importa los errores y los tropiezos. Yendo
al ritmo que llevo, debo hacer disparos lo más directos e inmediatos
posible hacia mi objetivo, y por lo tanto tengo que echar mano de
las palabras, elegirlas y lanzarlas sin más pausa que la necesaria
para mojar la pluma en la tinta."

Escribir para mis propios ojos. Escribir por el simple placer de hacerlo. Creo que eso es buena escritura. Que a alguien más le guste lo escrito es harina de otro costal. Escribir, de ser posible, para apaciguar el caos del mundo, o por lo menos el interno.

Eso hago: escribo un ejercicio de escritura creativa que consiste en crear una escena o historia de no más de 300 palabras a modo de drama, comedia o tragicomedia y que incluya los títulos de 3 obras de Shakespeare.

Apenas leo el ejercicio, no tengo ni la más mínima idea sobre qué escribir; incluso me da algo de pereza. Luego llega a mi mente el nombre de un personaje William Shokpo, pero minutos más tarde lo cambio por John, porque uno de los títulos que voy a utilizar es king John, junto con Comedy of errors y The tempest.

La primera imagen que me viene a la cabeza es la de Jhon regándose el café sobre su camisa cuando está desayunando. Eso lo obliga a cambiarse y a planchar otra camisa. Le siguen pasando cosas, y son como una bola de nieve que hace que llegue tarde a la oficina.

El ejercicio va saliendo como por sí solo, las piezas narrativas comienzan a encajar como de la nada y, lo mejor de todo, la escena tiene significado, transmite algo más allá de las palabras.

Solo son 274 palabras que edito tres veces y al final me siento bien con la pequeña viñeta de vida de john Shokpo.

Escribir para mis propios ojos sin importar los errores y los tropiezos, haciendo disparos lo más directos e inmediatos posible hacia mi objetivo. Quizás esa sea una de las claves de la escritura.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Nada importa

Mis ciclos de sueño continúan patas arriba. Descargo una aplicación para meditar y busco una rutina de meditaciones guiadas para dormir. ¿Me han servido para dormir mejor? no mucho, pero supongo que me han de servir para algo y por eso continuo practicándolas.

La de ayer me gustó porque antes de entrar en la meditación, es decir, antes de comenzar a respirar profundamente, fijar la atención en las áreas del cuerpo y esas cosas, la voz de una mujer hablaba sobre la importancia de que nada debe importar.

Decía que siempre van a existir contratiempos (esa no era la palabra que utilizaba, sino una más precisa que ahora no recuerdo) en la vida de cualquier persona, y que una de las claves para no complicarse la existencia es aceptar la realidad tal cual como venga.

Eso me hizo acordar de algo que dice Robert McKee en Story, uno de sus libros, pero acabo de buscar la cita con la palabras Pain y suffering y no la encontré. Como sea, o lo poco que recuerdo, Mckee decía que a cada ser vivo le toca una porción de sufrimiento y que no hay forma de escapar de él, y que lo único que nos queda a la mano es buscar maneras para manejarlo.

Una de los métodos para que ese dolor no se transforme en estrés y angustia, consiste en practicar el el fino arte de que nada importe, también conocido como importaculismo o valehuevismo. Dejar que la realidad se le estampe a uno en toda la cara, pero no prestarle mayor atención de la que merece.

Bien lo dice la letra de  Drive de Incubus:

Whatever tomorrow brings, I'll be there
With open arms and open eyes.

De eso, parece, se trata la vida: andar con los ojos y los brazos bien abiertos, para abrazar una realidad que, bien sabemos, a veces supera a la ficción.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Propuesta de matrimonio

Gabriela publica muchas fotos en sus redes sociales. Publica tantas que cualquier persona se puede hacer una idea de cómo es su día a día y cuales son sus rutinas: a qué hora se levanta, si medita o hace ejercicio, qué desayuna, almuerza y come, y que toma de medias nueves. Gabriela es, como muchos de nosotros, una presa más de las redes sociales.

Hace poco publicó, podría pensarse, el epítome de sus fotos: el momento en que le propusieron matrimonio.

En una de las fotos, porque no puede ser solo una, sino un carrusel, muestra una sonrisa digna de diseño de sonrisa. En una de sus manos, la derecha, y con las uñas pintadas de morado, luce en el dedo anular el anillo de compromiso que le acaban de entregar. Es bonita Gabriela, se le ve feliz.

"Tómame una foto con el anillo". Tal vez eso fue lo que le dijo a su novio.

En otra foto sale él entregando el anillo. Sonríe, pero se le nota incómodo. "Te voy a tomar una foto como si me estuvieras entregando el anillo". También podría pensarse que eso fue lo que le dijo ella.

¿Se aman? Eso es lo de menos. Ojalá, y como reza el dicho, permanezcan juntos hasta que la muerte, o una infidelidad, los separe.

Me aventuro a pensar que las fotos fueron tomadas, luego de la propuesta de matrimonio. Que pasada la emoción del momento, Gabriela decidió qué fotos tomar y en qué poses. Caso contrario Gabriela andaría con el celular siempre a la mano y tomaría, como mínimo, una foto de cada minuto de su existencia.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Crónica de un desayuno

Dicen que el desayuno es la comida más importante del día, ¿no? No lo sé, no lo digo yo. Recuerdo que cuando era pequeño, cada día me metía un desayuno trancadísimo con huevos, cereal, chocolate y pan; me lo empacaba como si nada y me iba al colegio.

Años después, muchos años después, mis desayunos solo consistían en un café con un pedazo de pan o torta que, creo, no son los más adecuados. Desde hace unas semanas estoy tratando de cambiar mi rutina de desayuno y  volver a incluir un huevito en ella.

Hoy, cuando llegué a la cocina, me paré enfrente de la estufa y me pregunté: ¿qué quiero desayunar? Ese otro que me habita y que a veces entra en contacto conmigo respondió: hágase un huevo como el del otro día, ¿se acuerda?. Se refería a una preparación de días atrás con cebolla, espinaca y queso mozzarella. “Hombre, sabe qué sí, gracias”, le respondí y arranqué con una preparación en modo slow, es decir, me tomé mi tiempo para buscar la sartén y sacar los vegetales de la nevera. Mis movimientos eran como en cámara lenta.

Lo ideal hubiera sido picar cebolla larga, pero no encontré, así que opté por un pedazo de cebolla roja y la piqué lo más fino que pude junto con la espinaca. Aunque ustedes no lo crean, y como lo dijo Millás: ”todo en esta vida se puede hacer deprisa, todo menos un sofrito. Picar verduras requiere, si no eres experto, una concentración de tipo zen”.

Acto seguido corté un trozo de mantequilla  y lo eché al sartén junto con un chorrito de aceite. Estas operaciones, aunque no lo parezcan, deben realizarse con sumo cuidado, pues el trozo de mantequilla junto con el chorrito de aceite debe ser precisos, para que la preparación no quede grasosa.

No se le olvide el café, me susurró el buen hombre y tenía toda la razón, debía poner en marcha su preparación para tener todo listo al mismo tiempo. Medí un pocillo de agua, lo eché en una olleta y prendí un fogón. Luego aliste la prensa francesa y medí la porción de café para una taza de agua, otra actividad milimetrica, o si no se corre el riesgo de que el café quede muy oscuro o muy clarito.

Para ese momento la mantequilla estaba totalmente derretida, así que eché la cebolla y espinaca —finamente picadas, recuérdenlo— en la sartén. Su siseo terminó de despertarme si es que mi cuerpo todavía tenía rastros de sueño.

La preparación del desayuno parecía marchar en orden, así que decidí agregarle otro condimento al momento: algo de música. “Alexa, pon Red Mosquito de Pearl Jam”. “No encontré ninguna canción con el hombre”....Alexa tarada. Tomé aire y repetí la instrucción sin preocuparme en lo más mínimo en la pronunciación “Alexa, por red mos-qui-to-u de Pearl Jam”. La canción comenzó a sonar y yo a cantarla mientras sofreía la cebolla y espinaca.

El sonido del agua hirviendo me trajo de vuelta al momento, así que tomé la olleta y vertí el agua en la prensa francesa. Dicen, quizá los mismos que mencionan que el desayuno es la comida más importante del día, que ese es el mejor método de preparación de café. Además dicen otros, que luego de echar el café al agua se debe dejar reposar por unos minutos.

Luego de que sonara Red Mosquito Alexa había decidido poner lo que le diera la gana, así que con voz de mando le dije: “Alexa pon una lista de canciones de Pearl Jam”...Aquí tienes la lista…

Mientras el café reposaba, comenzó a sonar Alive. Volví a la preparación del huevo y caí en cuenta de que había olvidado echarle la loncha de queso. La desmenucé en un parpadeo y se la eché a la preparación. Luego rompí el huevo y lo mezclé con mi sofrito, sencillo pero sincero, y lo batí hasta que quedara seco.

Apagué el fogón y, suponiendo que ya habían pasado los minutos necesarios, bajé la prensa francesa. Luego medí el chorrito de leche en el mismo pocillo en el que había medido el agua. De nuevo esta es otra actividad que debe ser precisa, pues caso contrario, el café quedaría muy clarito, y sépase bien que al desayuno se debe tomar café con leche y no tetero.

Mientras tanto sonaba Given to fly.

Ya estaba todo listo. Solo me faltaba agregarle una harina al asunto. ¿Se acuerda de los croissants que compró en el Ara? De nuevo el personaje estaba en lo correcto. Los había comprado al inicio de semana y los había olvidado. Saqué uno y lo calenté por 13 segundos en el microondas, luego calenté la leche durante 30 y le eché el café.

Me senté a la mesa y, como si fuera flash, me paré a sacar la mermelada de fresa de la nevera. Ahora si podía comenzar a desayunar.

Cuando me llevé el primer trozo de huevo a la boca, sonaba Corduroy, una de mis canciones favoritas del Vitalogy.

“I don't want to hear from those who know
They can buy but can't put on my clothes.”

jueves, 5 de septiembre de 2024

¿Debería?

Cuando enciendo el computador el reloj marca las 4.30 a.m. Ahora son las 4.31.

Debería estar durmiendo, reuniendo energías para la reunión que tengo a las 9 de la mañana, pero heme aquí, tecleando estas palabras, y no sé que es más intenso, si el frío de la madrugada o el silencio que la envuelve. De no ser por el tic-tac de un reloj, sería absoluto. ¿En qué mueble está ese reloj? No lo recuerdo. De pronto es un ruido que mi cabeza se acaba de inventar a modo de defensa, ¿pero de qué? No lo sé, la mente es muy extraña, muy jodida. Como dice la letra de una canción de Pink Floyd: “There’s someone in my head, but it's not me”, o como dijo Carl Jung: “In each of us there is another whom we do not know."

La vida está repleta de deberías, pero la realidad los desbarata como si nada. ¿Por qué estoy acá, mientras debería tratar de conciliar el sueño? Diría que la razón principal es porque la temporada de dolores de cabeza que experimento, ha destrozado mis ciclos circadianos: Aunque me acueste a altas horas de la noche, me despierto a bajas horas de la mañana.

Si hay alguien con quien repartir la culpa, esa persona debería ser Joan Didion. Ayer comencé a leer Noches Azules, y Didion es una de esas escritoras que hacen que me den ganas de escribir, por lo precisa que es para narrar la vida, entonces uno piensa: debería apostarle a una escritura tan sincera y visceral. Y entre las ideas que van llegando, el comezón de la escritura aparece y no queda otra forma de aliviarlo que tecleando algo, lo que sea.

Ayer, mientras leía a Didion en las altas horas de la noche, pensé en escribir sobre el luto, en el sentido de cuando se deja un lugar que se ha habitado durante mucho tiempo, un hecho que experimento desde el año pasado.

El caso es que este fue el texto que salió. A veces hay que dejar que las cosas ocurran y no oponerse a ellas. Tal vez algún día me anime a escribir sobre el tema del que les hablé en el párrafo anterior, por el momento solo espero llevar a buen puerto este puñadito de palabras.

Ahora son las 5.05 y mi estómago acaba de crujir. Creo que es momento de ir a preparar un tinto, ese primer ritual o debería del día.