Camino de forma distraída, es decir, tengo claro mi destino, pero mientras llego a él salto de un pensamiento a otro como si nada. Con cada paso me invento ficciones que se alimentan de lo que voy viendo por el camino. Algo parecido a lo que cuenta Rosa Montero en El peligro de estar cuerda cuando se dirigía a una reunión con amigos, y de un momento a otro se preguntó: ¿Y si de repente hubiera un terremoto? De inmediato la escritora española habitó dos dimensiones al mismo tiempo: la real en la que caminaba a toda prisa y la imaginaria en la que el asfalto se resquebrajaba.
Yo no imagino una escena apocalíptica, pero por alguna razón miro de forma fija a una mujer sentada en una banca de un parque. Ella tiene una carpeta de plástico apoyada en sus piernas, e intenta meter unos papeles dentro de ella. No consigue hacerlo, tuerce la cara y suelta un quejido de desesperación. En ese momento levanta la cara y me sostiene la mirada por un par de segundos, y cuando estoy a punto de voltear a mirar hacia otro lado la mujer pregunta:
¿Do you speak english?
Mi adrenalina, como dirían los gringos, kicks in, y me hace sentir que la mujer es una amenaza. Con todas las alarmas de supervivencia encendidas, me sugiere que lo mejor es huir. Mi pulso se acelera y con el último rastro de curiosidad que me queda le respondo: What do you need?
I just want to show you something, responde la mujer mientras hace el ademán de buscar algo dentro de la carpeta.
Ese otro yo que siempre me acompaña y a veces tiene comentarios acertados me dice: “gran pendejo, lo van a robar”, I’m not interested, le respondo, mientras pienso Fuck off señora, a robar a su madre.
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