Me agrada cuando los capítulos de una novela son cortos. Nunca me ha gustado dejar un capítulo a medias o parar la lectura en un punto aparte, que da paso a un cambio en el punto de vista o que precede una transición, por ejemplo.
Me gusta mucho leer por la noche porque el ruido de la ciudad se apaga un poco. No tengo inconveniente alguno cuando los capítulos son cortos y tengo sueño, pues se que este no me va a ganar antes de sentir el golpe del libro en la cara.
Laura, una amiga que tiene la manía de mirar cuál es la última palabra de una novela antes de comenzar a leerla, fue quien me recomendó leer a Roberto Bolaño. Decidí enfrentármele a 2666, una de las novelas que más trabajo me ha costado leer, precisamente por el largo de sus capítulos.
La novela consta de 5 partes. La primera tiene 196 páginas y no tiene numerales, y las otras una cantidad similar o mayor. Recuerdo que cada vez que volvía a agarrarla, me tocaba leer un par de páginas atrás para volver a meterme en la historia.
Cuando hablé con Laura ella me dijo que se había leído Los Detectives Salvajes; no sé, de pronto para leer la obra de algunos autores de culto, como Bolaño, es necesario hacerlo en cierto orden, y yo arranqué por la que no era.
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