Joaquín Fäber (pronucie la ä como mejor le parezca, estimado lector) está desayunando. Se encuentra en una etapa de su vida en la que no hace más que saltar de una duda existencial a la otra.
Subraya cada tema en su mente, hasta que dejan de tener sentido y luego los olvida para empezar a cuetionar y cuestionarse con otro
Le gustaría que alguien le preguntara “ ¿usted no sabe quién soy yo?” sólo para poder responderle “nada”. Cree que todos somos nada y “¿cómo es posible que seamos nada?” si en verdad es así, ¿a qué carajos vinimos al mundo?, ¿en que se convierte este circo al que llamamos vida?” se pregunta
Se imagina entonces al universo y sus millones de cosas, incluida la palabra cosa, abstractas, sólidas, reales, imaginarias, vivas, muertas, inanimadas (¿son estas dos últimas lo mismo?), unas tan grandes como el edificio de 80 pisos que puede ver a través de la ventana y otras tan tremendamente pequeñas como la miga de pan que flota en su café.
También trata de imaginar todo el tiempo que ha transcurrido y todo lo que ha pasado para llegar a este momento de la raza humana, que de humana más bien poco.
Trabaja el borrador de una teoría en la que se le asigna, no tiene idea de qué manera, un porcentaje de espacio y/o significado a todas las cosas que conforman el universo. De lograr realizar ese cálculo tan particular y complejo, sería inevitable llegar a la conclusión de que no significamos nada, que nuestro porcentaje de participación en la historia de la raza humana, no guarda gran diferencia con la miga de pan que miró hace un rato.
Cree que hacemos parte de algo que no logramos entender y, si lo hiciéramos, comprenderíamos que de nada sirve toda esa importancia que le damos a nuestros títulos, estatus y credenciales.
Piensa que tal vez parte de su teoría tenga que ver, de alguna manera, con eso que unos llaman “iluminación”, que está asociado a momentos de profunda meditación, en los que las personas, de repente, aclaran su panorama, descubren su misión en la vida y cuál el paso a seguir.
Fäber leyó una noticia de esas la semana pasada. Una periodista famosa con una vida “normal” y lo que esta supone: status, posesiones, riquezas, etc, de repente decidió despojarse de esa carga material, física y mental, y donó todo para darle un nuevo sentido a su vida.
“No creo ser capaz de hacer lo mismo que esa loca” piensa y luego le da mal genio haberla juzgado. Allá ellá con su rollos, allá ella con su vida y el rabo que es un candelero y todas esas cosas. Fäber piensa que si nunca se va a iluminar en vida, por lo menos va a tratar de dejar de encasillar a las personas en un único rol: el fiel, infiel, el que estudia, el pilo, el negado, el fracasado, el brillante…
“¡Si no existe nada que importe, no hay nada porque
enfadarse! ¡Y si no existe nada porque enfadarse tampoco
existe nada porque pelearse!”
- Jane Teller, Nada -
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