Nicolás tiene 6 años, es disperso, le cuesta concentrarse y detesta meterse la camisa dentro del pantalón. Estamos en una reunión familiar y me lo encuentro jugando solo. Me parece extraño pues otros de sus primitos están jugando en grupo. Me siento en su cama y le pregunto por qué no está con ellos.
"Me da pereza competir" responde sin mirarme y a la vez concentrado en un carrito de color rojo que desliza por el suelo. "Ahh" le respondo. La verdad no sé que más decirle. Su respuesta encierra mucho más que esas cuatro palabras. Se podrían escribir libros o tratados enteros, a partir de ellas, qué se yo, de como la competencia nos jode la cabeza y desencadena otro tipo de conductas nocivas para nuestra salud mental como compararnos, por ejemplo.
"Después de unos segundos de silencio, Nicolás concluye su respuesta "Yo solo quiero jugar". Su sabiduría es tremenda. Me levanto de la cama y abandono el cuarto para no incomodar su estado de presencia, que tanto cuesta alcanzar.
No dejo de pensar en la conversación que tuve con Nico y en su sabiduría a tan corta edad. Ojalá todos tuviéramos tan clara la importancia del juego, en cualquier ámbito, en nuestras vidas.
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