El Sol, que se refleja sobre las mesas de metal, lo enceguece por unos segundos. Sentado en la terraza de un café, justo después de la caricia del astro supremo y sin proponérselo, Jacinto Robledo escucha una conversación entre un par de extraños. Un hombre de bigote y que lleva puestas unas gafas oscuras, levanta un vaso de agua de una mesa y le da un sorbo, mientras le dice a otro: “Lo bueno es que ahora él está en un mejor lugar”.
La frase le llama la atención por la intención y tono que lleva. El interlocutor de la persona que acaba de hablar, un hombre flaco, pálido, con ojeras y los ojos llenos de lágrimas asiente despacio con la cabeza y lleva la mirada hacia una taza de café que ya debe estar igual de frio que la muerte, pero sus ojos se posan más bien en quién sabe qué recuerdo. Es claro que su amigo, conocido, familiar, quién sea (¿fantasma?), intenta darle consuelo, luego de la pérdida de un ser querido.
“¿Por qué suponemos que al morir vamos a un mejor lugar?”, ¿Qué tal si terminamos en uno peor?” reflexiona Jacinto. Recuerda la Divina Comedia, ese libro que alguna vez intento leer cuando se sintió perdido, sin saber cuál era su lugar en el mundo (¿deprimido tal vez?). Le asustan los abismos de la mente humana. Desde ese entonces pocas cosas han cambiado en su vida. Interpreta con facilidad su papel de humano y todavía siente, no con la misma intensidad de antes, que anda perdido. Ya poco le importa el lugar que ocupa.
“¿Quién es ese “él” al que hace referencia el hombre de las gafas oscuras?, ¿cómo sabe que está en un mejor lugar? ¿Será posible que haya descifrado ese gran misterio que nos taladra la cabeza hasta la muerte, valga la redundancia, y sabe con plena certeza que nos espera en el más allá?
¿Acaso alguien conoció a “él” en su totalidad? “Él”, quizás, era un hombre completamente repugnante, alguien quien sobresalía en eso de mostrar que se lleva una vida normal, mientras tenía otra paralela repleta de porquerías, y que no merecía otro final diferente al infierno.
"Infierno, purgatorio y paraíso” piensa. ¿En cuál de los tres estarán aquellos conocidos que han tomado el último viaje?, ¿en cuál terminará él?, ¿existen esos territorios?
Carolina, una mujer que en algún momento le interesó, muchas veces le hablaba sobre el amor de su vida que murió en un accidente del que ella se salvó; una historia trágica que Jacinto siempre estuvo dispuesto a escuchar, por la intensidad con que ella la narraba. No importaba cual fuera el tema que tocaran siempre terminaban hablando sobre lo mismo. Ella afirmaba que estaba en permanente contacto con esa persona (¿con su alma tal vez?). El hombre, el muerto, el espíritu, su amor imposible, le decía que en el lugar donde estaba, tenía que trabajar mucho y a toda hora.
Jacinto siempre creyó que el amor de la vida de Carolina estaba en el purgatorio, aunque, para no herir susceptibilidades, nunca se lo dijo y, además, allá los vivos y los muertos con esos asuntos que todavía los atan.
Le molesta pensar que en la eternidad, ese sitio, lugar, espacio de tiempo (¿qué cosa es?) independiente de sus tres presentaciones, también exista la obligación de tener que trabajar.
Jacinto se mete un último trozo de sándwich a la boca y le pone la tapa a la gaseosa. Le quedan 6 horas para terminar su jornada laboral. "Toda una eternidad" piensa.
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