lunes, 31 de julio de 2017

Kentag Azeg!

El supermercado está a reventar. Pasado un rato Carlos Paz se acopla al caos y cacofonía del lugar: pitos de las cajas registradoras cuando las cajeras pasan los productos sobre el lector óptico; cientos de conversaciones que ocurren en un mismo instante; ruido de bolsas y paquetes en los que las personas hurgan, buscando quizá algo que llevarse a la boca; la voz de una mujer que sale de varios parlantes, repite promociones sin cesar, y se impone sobre todos los sonidos del lugar. Cuando la mujer deja de hablar, de los parlantes también sale una música como de consultorio que trata de apaciguarlo todo.

La experiencia en su totalidad doblega lo poco que le queda de su apellido. Camina de afán, esquivando personas hábilmente, por los corredores que arman las estanterías. Lleva un aguacate y un rollo de papel en sus manos. Mira los objetos por un segundo; son, al parecer, distantes, pero quién sabe de que maneras misteriosas se conectan, piensa por un momento hasta que una viejita que va adelante frena en seco y él debe hacer lo mismo, al tiempo que arquea su cuerpo hacia la derecha para no llevársela por delante.

Luego de su maniobra corporal sube la cabeza por un instante y ve a dos asiáticas que caminan en sentido contrario. Hablan muy duro; parece que acentuaran tanto las vocales como las consonantes de su idioma. Cuando se cruzan, escucha lo que una le dice a la otra: “Nazhi oto wuo” a lo que su compañera responde: “Kentag Azeg!"

Eso fue lo que creyó escuchar luego de decir mentalmente las frases en español. “Kentag Azeg!", ¿qué será?”, se pregunta. Las posibilidades son infinitas, desde el nombre de un emperador hasta Crema dental o “Mire a ese bobo con un aguacate en la mano.”

Camino a su casa fantasea con las palabras y se imagina en un viaje al Asia en el que no se cansa de repetirlas. Se siente bien con esa experiencia que recrea en su mente, pues todas las personas parecen entenderlo y todo lo que desea lo puede solucionar con ese combo de palabras, que son, al parecer, un comodin del lenguaje al que pertenecen. Ojalá las personas lo entendieran así de claro en su idioma nativo. "Kentag Azeg!" piensa, luego sonríe. 

sábado, 29 de julio de 2017

Seis y medio

Sofía se mira en el espejo del ascensor mientras canturrea una canción. Parece como si estuviera dialogando con su reflejo. Es rubia y lleva el pelo agarrado en una cola, de la que algunos necios mechones logran escapar y caen en desorden sobre la frente y hacía los lados.

“Mira cómo estás”, le dice su acompañante, “pareces una loquita”. Sofía sonríe por un segundo, pero al instante vuelve a su mundo, a su juego a lo que sea que esté haciendo y que solo ella entiende. Más que loca parece desconectada de lo que pasa a su alrededor; como si el mundo no le importara; posición, egoísta dirán algunos, que dista mucho de la locura. 

Lleva un vestido largo blanco con encajes y un saco de color verde pastel que hace muy buen juego con su color de pelo. Su vocecita es la única que se atreve a quebrar el silencio sepulcral que guarda la caja que transporta personas de abajo a arriba y viceversa todo el día.

Una mujer, contagiada por su desparpajo, decide preguntarle:

“¿Cuántos años tienes?”

“Seis y medio” le responde Sofía mirándola a través del espejo, sin dejar de moverse de un lado al otro.

“¿Y cuanto te falta para cumplir años?”

“El uno de Octubre” responde al instante, con una sonrisa que desarma a cualquiera y como si su cumpleaños fuera lo único que de verdad importara en este loco mundo.

jueves, 27 de julio de 2017

Bus

Sólo quedan dos asientos disponibles: uno al lado de la puerta de entrada y el otro, que da al pasillo y que se ve muy pequeño debido a la cantidad de paquetes que lleva la señora que ocupa la ventana.

Mejor ubicarse en la parte de atrás; cambiar comodidad por posible chichonera (excelente palabra esta) de personas. El timbre del bus es rojo, pero tiene mucha cinta aislante negra a su alrededor como si hubiera experimentado una complicada reparación. “Seguro es de esos que pasan un ligero corrientazo cuando uno timbra” pienso.

Un hombre que lleva el pelo muy corto y cara de “déjeme pasar o lo casco” insiste en pedir paso. “¿Dónde se va a hacer?” pregunto mentalmente. Lo tildo de ladrón y meto la mano en el bolsillo que guardo el celular, a manera de medida de seguridad. Sé que no serviría de nada si llega a sacar un puñal, por ejemplo. Finalmente se sienta en las escaleras de la puerta de salida, saca unos documentos de una carpeta y se pone a estudiarlos en una posición realmente incomoda. Pasa de ser ladron a mensajero.

En la silla de los músicos un hombre con bigote mira por la ventana con cara entre triste y aburrida, como si la vida no tuviera sentido; a su lado una mujer morena, con el pelo convertido en diminutas trenzas, dormita y su cuerpo se mueve aleatoriamente de un lado para el otro al ritmo de los huecos.

Una pareja se abraza en una esquina, y aprovecha que el semáforo está en verde para besarse apasionadamente. En ese momento suena When the levee breaks, que no tiene nada que ver con la escena pero aplica perfecto cómo música de fondo.

Un hombre se estaciona justo al lado con una maleta en la que, al parecer, lleva un bloque de cemento. La descarga sobre su hombro izquierdo y pretende ocupar el mismo espacio que ocupa el mío. No me muevo, es más, empujo un poco para recuperar el espacio violado. Me parece que el hombre me mira de reojo, pero sólo debe ser mi imaginación; no creo que se percate de mi pequeña trifulca silenciosa.

Una mujer se sube por la puerta de atrás e inmediatamente pierdo la mirada en el techo. Saca un billete de $2000 y lo envía hacia adelante en ese acto de fe de cancelar el pasaje a distancia. La cadena humana, como siempre, se activa automáticamente y funciona de maravilla . Al rato le llegan las vueltas convertidas en monedas.

Timbro y no me pasa corriente. Me bajo.

miércoles, 26 de julio de 2017

Intereses creados

Hace frío. Parece que proviene de sus huesos pues no sopla brisa. Entra a una tienda. Son las 6:00 p.m. y hordas de personas salen escupidas de las entradas de los edificios. Sonríen. Terminar un día laboral es una de las mejores sensaciones. 

“¿Sólo va a llevar la bebida?” le pregunta la cajera. Calla unos segundos mientras le da un vistazo a los productos de pastelería que están en la vitrina; piensa que lucen tristes debido a que nadie los ha escogido. 

“¿Tiene galletas?” le pregunta, mientras visualiza en su mente una de chocolate, e imagina lo bien que cortaría con el café. “No hay” le responde la mujer, molesta, al parecer, por su indecisión.

“Si, sólo el café”. Tiene claro que la cajera no sabe que un vaso de café, a diferencia de nosotros, no necesita de nada ni de nadie, más allá del recipiente que lo contiene. Le gustaría tener algo del carácter del café, ser tan suave o amargo como le dé la gana y lograr transformarse de mil maneras.

No hay ninguna mesa desocupada en el lugar, así que ocupa un puesto en la barra. Luego de un rato de estar sentado, absorto en sus pensamientos, alguien pregunta: “¿En qué piensas?” y corta de un tajo su disertación sobre el café.

Cree que el hecho de que alguien le hable a un completo desconocido, él, en un café, es una falla del sistema, del orden de las cosas, suponiendo que exista alguno; una falla en la complicada maraña de las relaciones humanas, un error en la programación de los acontecimientos.

Voltea la cabeza a la derecha para buscar la voz que lo interroga. “Hola” le dice ella esbozando una sonrisa cuando sus miradas se encuentran. Ella tiene el pelo rubio, lleva un vestido ajustado negro y unos tenis naranja fosforescentes que seguro cambio por unos zapatos de tacón apenas salió de la oficina. Ella llama la atención igual que un manchón negro sobre una pared blanca. 

La mira en silencio por unos segundos hasta que recuerda su pregunta y se la vuelve a hacer “¿En que pienso?”. “Nada” contesta. Sabe que no es verdad, pero le da pereza exponerle su teoría sobre el café, si se le puede llamar de esa manera a los pensamientos desordenados de hace un momento, a una “desconocida”, que creó un interés por él y, supone, desea despojarse de ese título. Además, muy pocas veces aceptamos que pensamos algo y mucho menos lo revelamos; como cuando nos preguntan “cómo estamos” y respondemos “bien” así nos estemos pudriendo por dentro.

Ahora ella sonríe, él no. “¿Cómo te llamas?” contrataca la mujer, en busca de un diálogo fluido. “Jacinto”, como el escritor de los “Intereses Creados” piensa. No ve obligación alguna de revelar su nombre, Juan, a una completa desconocida. “no todos los cafés son buenos” piensa ahora. Ella no para de sonreírle, como a la espera de un: “¿Cómo te llamas?, ¿A qué te dedicas?, ¿Qué te gusta hacer? Bla, bla, bla, bla”.

Jacinto o Juan, no está seguro, le da un último sorbo al café que ya está frio. “Chao” le dice a la extraña de los tenis fluorescentes y abandona el lugar más rápido de lo que entró en él.

martes, 25 de julio de 2017

Agua o balazo

A Alberto Skizzen Le da rabia no poder escribir nada. Tenía toda la intención de hacerlo, pero tiene las palabras atoradas en sus manos o cerebro. Se golpea suavemente la cabeza con dos dedos para ver si enciende el proceso creativo de escritura, pero no ocurre nada.

Le da aún más rabia no hacerle honor a su apellido. Skizzen significa esbozo, y ¿acaso no debería ser ese el estado natural de su cerebro?, ¿Un terreno fértil repleto de bosquejos de historias; un remolino de personajes, tramas y mundos que se alimentan entre sí?

“¡Estúpido cerebro!” piensa. En medio de su desazón, una imagen le llega a su cabeza. Un hombre, no sabe quién es ni como se llama, se encuentra en un cuarto vacío en el que solo hay una mesa de madera vieja, sobre la que reposan un vaso de agua y una pistola.

“¿Pero qué hace ese hombre ahí? Se pregunta. “¿qué circunstancias y/o sucesos lo llevaron a ese lugar? Skizzen no tiene la respuesta a ninguna de las preguntas, pero la imagen lo cautiva y le gustaría escribir un relato a partir de ella.

“La chispa siempre está en el conflicto” piensa, “ ¿Cuál es el conflicto del hombre del cuarto?” De pronto se le ocurre que el hombre lleva encerrado allí muchas horas, y que sus captores, unos hombres crueles, en vez de torturarlo a punta de golpes y corrientazos decidieron dejarlo sin comida. 

El hombre solo puede escoger una cosa o la otra, el vaso o la pistola; prolongar su vida por un par de  horas más, luego de tomarse el vaso con agua, hasta que su cuerpo se deshidrate por completo  o pegarse un tiro.

¿Cuál será su elección?

lunes, 24 de julio de 2017

Silencio

Había sido una noche larga y Jaime estaba completamente desconcertado con lo que había ocurrido.

A eso de las 6, recostado y tranquilo en su cama, sonó el teléfono. Era Carlos que lo invitaba a salir de rumba para celebrarle el cumpleaños a Camila, su novia “¿Y quiénes van?” preguntó Jaime, luego de un suspiro sobrecargado de modorra. “Yo, Camila, un par de amigos de ella y Catalina”

“¿Cuál Catalina?”
“Cáceres huevón, ¿cuál otra conocemos?”

Jaime había estado detrás de la Cáceres, por mucho tiempo, hasta que por fin se cuadraron. En lo que duró su relación parecían más amigos que novios y antes de completar 6 meses juntos terminaron. 

Luego de eso Jaime se desinteresó por completo de Catalina, en cierto momento dejó de gustarle, y trataba de evitarla a toda costa. Le parecía extraño eso, el hecho de que en cierto momento alguien nos vuelva locos y luego, de la noche a la mañana, esa persona pase al plano del olvido. “¿A dónde se va todo el amor que sentimos por una persona en determinado momento?” solía preguntarse. “Quizá está con nosotros por momentos y si no funciona en nuestras relaciones emigra hacia otras con mayores probabilidades de éxito.”, era la explicación que le parecía más precisa. 

“Bueno, hágale, ¿me recoge?”
“Si princesa, a las 8 paso por usted”

Cuando se montó en el carro de su amigo Camila lo saludó con un exceso de efusividad que evidenciaba inicios de alicoramiento. “¿Listo pa’ la rumba Jaimito?” le pregunto, mientras le zampaba un pico y le alcanzaba una lata de cerveza. Jaime le respondió con una sonrisa floja, aceptó la bebida y luego le dio un sorbo con desgano.

El lugar de la celebración quedaba en las afueras de la ciudad, y en lo que duró el trayecto Jaime se la pasó mirando por la ventana tratando de participar lo menos posible en la conversación que sus amigos tenían con Angelica, una desconocida que iba sentada a su lado, Ella había acabado de terminar con un tal German y su plan era embriagarse hasta lograr un estado de inconsciencia. 

Luego de un viaje que duró más de media hora, llegaron al bar. Le dijeron al gorila que cuidaba la puerta, un hombre con la cabeza rapada y una chaqueta larga negra, a nombre de quien estaba la reserva. A Jaime le pareció que el hombre examinó al grupo cómo con ganas de estrangular a alguien. Luego agarró la solapa de la chaqueta entre el índice y pulgar de su mano derecha y repitió el nombre que le dieron. Al rato alguien le contestó y los dejó seguir.

En la mesa reservada, ubicada al fondo del bar, había muchísima gente, más desconocidos que conocidos. En lo que duraron los saludos Jaime recibió una avalancha de nombres que olvidó al instante y apenas se sentó alguien le pasó un vaso con una bebida oscura. Dio las gracias y decidió no tocar el brebaje, quería permanecer en sus cinco sentidos esa noche.

En la transición de un vallenato a un merengue varias parejas dejaron la mesa y su lugar fue ocupado por otras que llegaban sudorosas y sonrientes. Entre ellas venía Catalina quien, al ver a Jaime soltó la mano de un hombre alto y flaco, se abalanzó a saludarlo con una efusividad que no fue correspondida.

Mas tarde, en la pista de baile el grupo formó ese típico círculo intimidante, en el que algunos valientes, víctimas del licor quizá, se lanzan a bailar en al centro. De repente Catalina ocupó ese lugar y comenzó a examinar con detenimiento a quien iba a sacar a bailar. Jaime se hizo el loco todo lo que pudo, hasta que los brazos de ella le rodearon su cuello y lo arrastraron como un remolino hacia el centro del círculo, que se deshizo al instante para transformarse en parejas de baile.

Catalina le bailaba de forma exagerada y sugestiva a un Jaime bastante incomodo, que dudaba en donde poner las manos, y se movía torpemente de un lado a otro intentando llevar el ritmo de la canción.

Con algo de suerte hizo contacto visual con Camila, y, en silencio. le suplicó que le ayudara. Camila reaccionó y grito fuerte “¡Cambio de pareja!” y lo rescató. Fue una noche muy larga.

De vuelta a la ciudad, Angélica su compañera de puesto, se fue con un hombre del grupo que acababa de conocer y Catalina ocupó su lugar.

Catalina recostó la cabeza en el hombro de Jaime, que se quedó congelado el resto del camino, mientras Carlos discutía con Camila y le reclamaba que por qué había tomado tanto. 

Cuando llegaron a al apartamento de Camila, Carlos la tuvo que bajar del carro y acompañarla hasta el apartamento pues no se podía sostener por si sola. Jaime, en un amague de ayudar a su amigo, salió del carro y se sentó en las escaleras de la entrada. Al instante Catalina lo siguió y se sentó a su lado “Hace frío" le dijo.  Jaime le respondió “si” sin voltear a mirarla. Catalina decidió no hablar más y le cruzo un brazo por encima del hombro.  pasados un par de minutos, se puso a recordar el tiempo que habían pasado juntos, y al final le preguntó que si no quería volver con ella. Jaime no contestó nada. A punto de hacerlo, cuando el silencio exigía una respuesta de su parte, Carlos salió del edificio. “Súbanse al carro, que noche de mierda esta” 

Ambos le hicieron caso sin responder nada. El resto del viaje lo compartieron en silencio.

viernes, 21 de julio de 2017

Esto y lo otro

Carlos Viera se encuentra con Felipe Urrego luego de muchos años sin verse. Fueron grandes amigos en la infancia, pero la vida se encargó de separarlos y darles caminos tremendamente diferentes, como asegurándose de que nunca volvieran a tener oportunidad de encontrarse de nuevo. 

Pero ahí están, desafiando a, o cumpliendo con el destino. Al principio les cuesta entenderse, atropellan sus frases, pero poco a poco desentierran la camaradería de las amistades inquebrantables.

Viera nunca terminó una carrera, pero es de esas personas que siempre causan una buena primera impresión, y que se acopla con facilidad a cualquier grupo. Navega en un inmenso mar de conocimiento con pocos milímetros de profundidad, que le permite hablar sobre cualquier tema con una propiedad que intimida. 

Ahí va por la vida siempre cerrando negocios y/o asesorando personas, empresas ¿A qué se dedica exactamente?, es imposible saberlo, todo lo que hace está envuelto en un halo de misterio.

En un momento de su conversación, Urrego se atreve a preguntarle: “¿Y que andas haciendo ahorita? Viera se sorprende con la pregunta. Tal vez piensa que su amigo no le ha puesto nada de atención en lo que llevan hablando, o quizá porque ni el mismo sabe la respuesta a esa pregunta. “Estoy metido de lleno en temas de emprendimiento e innovación digital” suelta de forma rápida la frase. 

“Ahh” responde Urrego con desgano, molesto por el curso que está tomando la conversación.
“¿Conoces A Carla Zuker?” pregunta con propiedad Viera 
“no”
“ ¿Y a Pedro Cáceres?”
“no”
“Mmm de pronto a Carla Giacomelli?
“Tampoco”
“No estás en nada” dice Viera esbozando una sonrisa sonsa

Sin que Urrego le pregunte quiénes son, Viera le explica que esas personas son expertos en Marketing digital, y que uno de sus proyectos es un colectivo de educación que conformo con ellos, con el que dicta seminarios y cursos.

Urrego quiere hablar de temas intrascendentes, insulsos. Esas pendejadas a las que un par de amigos les pueden dar vueltas por horas sin llegar a aburrirse, pero Viera insiste.

“¿Qué tal andas de innovación Pipe?” pregunta Viera y hace una pausa para tomar aliento. “Mira” le dice juntando ambas manos, como presentador de un magazín de noticias, “Te hago Canvas de Osterwalder, Balance scorecard, esto y lo otro”, y luego le enumera más de 10 conocimientos o cosas que puede hacer. “Sólo dime qué necesitas para ver cómo te puedo ayudar” 

Pero Urrego se quedó en la primera, en el Canvas de Osterwalder, al que nunca le ha visto ciencia alguna, pues si de hacerlo se trata. pintar las 9 casillas y llenarlas de información, cree que hasta un niño de primaria lo puede hacer. “Ojalá innovar solo consistiera en hacer Canvas” piensa.

“Tomémonos un whiskey” le dice a Viera, para derrumbar el muro de profesionalismo que comienza a apartarlos. 

Lo desconciertan las personas con un norte tan definido. No entiende como pueden tener tantas certezas y tan pocas preguntas sobre la vida y lo que hacen o no en ella.

jueves, 20 de julio de 2017

Punto por punto

Él tiene las manos de ellas entre las suyas. La escena tiene cierto aire dramático.

“En serio hoy nos podemos despedir. Tú me dijiste que te habías sentido ligada”. Dice el hombre

El tono es de reclamo, pero el gesto de su cara también lleva una pizca de súplica. Volteó a mirar a la mujer y, por su expresión de sorpresa, parece no creer en sus palabras.

Hago contacto visual con ella un par de segundos. “Mentira, ¿cierto?”, parece preguntarme en medio de esa complicidad silenciosa que a veces surge entre los desconocidos. “No sé” pienso. El papel de juez nunca me queda bien.  

Ella deja de mirarme y libera sus manos de ese típico agarre de pareja de enamorados, al tiempo que dice: “Puedes dejar de…” Ya sabe que trato de poner atención a su conversación y baja el volumen de su voz a un nivel casi imperceptible, incluso para su interlocutor que le responde: “¿Cómo?”. “Ahorita te digo” dice ella, queriendo poner fin a ese breve intercambio de palabras. 

El hombre siente que se hunde en la conversación que, claro está, no le favorece, y lanza otro par de frases salvavidas.

“Inconscientemente no he querido que...(palabras ininteligibles). Te hubiera podido exponer punto por punto.”

Les traen la cuenta y una caja con algo para llevar. El hombre saca su tarjeta débito y cancela.

La mujer es la primera en ponerse de pie y él, al instante, la imita y le obstruye el paso, como esperando una muestra de cariño. 

La mujer agacha la cabeza y lo esquiva. Él suspira y, con resolución, sale detrás de ella.

miércoles, 19 de julio de 2017

Diana

Tiene poca estatura, facciones finas, pelo desordenado con un largo mechón estilo dreadlock y ojos verdes aguamarina que puedo ver a través del cristal de la mascara que lleva puesta.  Es producto de mi imaginación, deseos, inconsciente, un personaje de una novela que estoy leyendo o vaya uno a saber qué.

La sueño. Su cara me es familiar, pero no logró identificar quién es o con quién la estoy asociando. Siento que la conozco desde hace mucho tiempo. Nuestro diálogo resulta amable y sencillo, una dialéctica, como diría Cortázar, de “imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. 

La máscara que lleva puesta es de última tecnología y permite ver parte de su rostro. Estamos en el año 2342 y nuestro encuentro no ocurre en la tierra, sino en una de sus colonias flotantes, una de las medidas paliativas para la superpoblación del planeta, dictada por el consejo general de la confederación de planetas del que ahora hacemos parte. Jarbo se llama el anillo gigante que flota y sostiene a millones de personas.

Suena la alarma, despierto y tengo las facciones de Diana muy presentes. Me gustaría sentarme ahora a mismo a dibujarla pero, como siempre, la vigilia irrumpe violentamente y, molesto, cierro los ojos con ánimo de prolongar la escena con Diana.

Debido a esa extraña y eventual habilidad que tenemos de poder continuar los sueños que nos resultan agradables, otra vez estoy al lado de ella. Ahora compartimos un silencio cómplice en el que también nos entendemos de maravilla.

Me encantaría quedarme hasta la eternidad con ese ser, digo ser porque quizá sea una androide, en el lugar en el que nos encontramos, un bar o café, al parecer.

La alarma del celular, que ahora está enterrado debajo de las cobijas, vuelve a sonar. Molesto presiono una de sus teclas y vuelvo a cerrar los ojos para intentar recuperar la imagen de Diana. Ya se evaporó por completo.

martes, 18 de julio de 2017

Cancionero

Cuando salió el Vitalogy, yo estaba completamente aficionado a Pearl Jam y escuchaba varias veces al día ese y los dos trabajos anteriores de la banda. Sobra mencionar, creo yo, que son el Ten y el Vs.

Mi afición al grupo en ese entonces  era algo enfermiza. Recuerdo como establecía un número de veces que podía escuchar los discos al día para, en mi opinión, no quemarlos. Si mal no recuerdo era tres veces, pero a veces hacía trampa y los escuchaba una cuarta, e incluso quinta vez, al momento de dormirme, pero los terminaba escuchando completos otra vez, pues cantaba las canciones mentalmente, no lograba conciliar el sueño y me trasnochaba. 

Siempre ponía el reproductor en la opción aleatoria y recuerdo que, entre canción y canción, jugaba a adivinar cuál era la que iba a escoger el misterioso dios de la aleatoreidad. Siempre esperaba que las que más me gustaban sonaran al final, justo antes de, supuestamente, quedarme dormido.

Una vez mi hermana me trajo de Estados Unidos un cuaderno. No era nada del otro mundo y creo que a ella se lo regalaron en una de las visitas de trabajo que tuvo que hacer.

Apenas lo vi, supe para que estaba destinado: lo iba a convertir en el cancionero de Pearl Jam. La consigna era sencilla: transcribir  todas las canciones sin ningún orden en particular, una por página, acompañando cada una con un dibujo de acuerdo a lo que me transmitía la canción o el que la acompañaba en el librito del CD.

Si no estoy mal, el impulso me llegó hasta el Yield. En su momento, en pleno apogeo como posesión material y mi gusto desmedido por la banda, fue uno de mis bienes más preciados. 

lunes, 17 de julio de 2017

Dejen de publicar tanta maricada

“Dejen de publicar tanta maricada. No me importa saber lo que ocurre en sus vidas”, escribió Liam Yannis y luego pinchó el botón de publicación.

¿Qué pretendía con ese arranque de rabia, ese grito dirigido a ese espacio lleno de voces, pero a la vez vacío que es Internet? Evidenciar su molestia. Estaba harto de enterarse, minuto a minuto si fulanito, zutanita, Menganito o Perencejo estaban felices o tristes, hacia donde habían viajado, qué habían comido, de sus conteos regresivos de días para quien sabe qué (“morirse” solía pensar), cuáles eran sus últimos “logros”, o lo que se les ocurriera publicar.

Yannis sabía su acto se convertía en paradoja, pues el simple hecho de dejar constancia que no le interesaba saber en qué andaban sus pares evidenciaba que había visto alguna de sus publicaciones y que si no se había preocupado en alabarla, si lo había hecho para indignarse y despotricar.

El día anterior había leído una columna de opinión bien escrita pero venenosa que trataba el tema. “¡Sí, así, es!” Había pensado Yannis al leer el texto, pero en el fondo sabía que era un tema simplón, una salida fácil del autor, producto quizá de un plazo de entrega apremiante o simple pereza; un lugar común en el que muchos, igual que él, se atrincheraban para criticar al resto de la humanidad.

Lo mejor sería escarbar los motivos de ese comportamiento, conocer las razones de ese afán de reconocimiento que llevamos encima y que aplica para lo que sea que hagamos, pero Yannis carece de conocimiento, o bien ganas para emprender esa tarea.

Su celular vibró y sonó. Una descarga de dopamina le noqueó la región del cerebro encargada de procesar la aceptación social. A María, Jacinto y a otras cinco personas, les agradaba su publicación.

viernes, 14 de julio de 2017

Dejarse morir

El escritor Sam Savage debutó a los 65 años con la novela “Firmin, las aventuras de una escoria metropolitana”, obra en la que pensó que su personaje principal iba a ser un escritor fracasado y al comenzar a escribirla, cayó en cuenta que era la voz de una rata. 

Savage cuenta que toda su vida había escrito: poemas, historias, y algunos intentos de novelas, pero a sus 55 años no estaba contento con el resultado y decidió renunciar de forma total y sincera a todo, a la larga, morir de cierta manera, pues ¿qué más puede significar para alguien abandonar deliberadamente lo que más le gusta hacer en la vida?

Los budistas le llaman a eso “La gran muerte”, un momento de total desesperación, previo a la iluminación. Es como intentar cambiar el mantra motivacional de: “Sigue adelante, no pares, tú puedes” tan trillado hoy en día, y rendirse ante la situación, cualquiera que sea, evitando en el acto el sentimiento de fracaso; algo que la verdad suena supremamente complejo, e imagino que sólo lo logran aquellas personas con una alta inteligencia emocional.

Savage lo logró. Y su “gran muerte” le duró cinco años. Al superarla, o renacer, que suena a cliché, la saco del estadio con Firmin, y a la fecha lleva escritas más de tres novelas.

Todo este tema tal vez tenga mucho que ver con la frase “Kill your darlings” (Mata tus amores) que consiste en despojarnos, sin dar muchos rodeos, de esas ideas que creemos van a ser nuestro “Firmin”. 

Parece que dejarse morir resulta conveniente en ciertas ocasiones.

jueves, 13 de julio de 2017

Geografía del sueño

Es la primera vez que Sofía Castaño saca su almohada de casa. Tiene una polisomnografía, palabra que le deja un buen sabor cada vez que la pronuncia en voz alta o mentalmente. 

Con ínfulas de lingüista, Sofía supone que el término tiene que ver con las palabras somnífero y grafía. En términos sencillos su definición podría ser: descripción del sueño, aunque le parece que suena más bonito “geografía del sueño”, definición más sonora, incluso poética. ¿Qué mejor que aventurarse a averiguar qué ocurre, a todo nivel, en el territorio del sueño?, quizás ese estado guarda las respuestas a todos los interrogantes que tenemos sobre la vida. 

Le gusta inventarse las definiciones de las palabras que no conoce para darles algo de vida. Cometió el error de buscar la definición en internet antes de llegar al lugar: “Técnica electrofisiológica de evaluación del sueño”. Asocia la segunda palabra con descargas eléctricas, tortura, en general un mal rato. 

Lleva consigo la mejor arma para combatir largas horas de espera en consultorios médicos: un libro, Cuentos de Chejóv es el que está leyendo. Desde que se topó con su cita y/o consejo narrativo del arma quería leerlo: “Uno nunca debe poner un rifle cargado en el escenario si no se va a usar. Está mal hacer promesas que no piensas cumplir.”

Llega al centro clínico a eso de las 7 de la noche, completamente fresca, sin rastros de cansancio ni sueño. Le habían dado la indicación de que el día del examen madrugara, pero había trasnochado y dormir largo después de una noche de fiesta, estaba por encima de cualquier cosa.

Siente que el lugar tiene un exceso de luz y blanco. La mujer que la recibe saca una hoja de papel y comienza a hacerle unas preguntas abiertas que a Sofia le parecen ambiguas. No sabe si las respuestas que da son las apropiadas, se siente como cuando un médico le pregunta: “¿de 1 a 10 cuál es el nivel de dolor en este momento?” 6, 7, 8.34, 3,15 ¿cómo saberlo?

Después de un rato la llevan al lugar del examen, un cuarto con una cama, closet, baño y un televisor empotrado en la pared. La enfermera le dice que se cambie, vaya al baño y se acomode en la cama. Sofía le pregunta que si puede leer. “Lo siento no puede” responde la mujer como si nada, “debo apagar la luz para el examen”.

Una vez acostada la mujer le unta un gel en las sienes y en la barbilla y comienza a conectarle cables por todo el cuerpo. Cuando termina sale y le dice que mueva los ojos de un lado a otro con los parpados abiertos y cerrados, que respire, trague saliva, cosas que hacemos sin darnos cuenta mientras estamos dormidos.

No tiene sueño. Prende el televisor y salta de un canal nacional al otro. Por primera vez, desde hace muchos años, se ve todo el noticiero; luego intenta ver una novela que ya está avanzada, por lo que le cuesta entender la relación de los personajes y sus historias. Un hombre estrellando una botella de Whiskey contra un espejo, es la escena que abre el capítulo que transmiten; luego camina hasta un cuarto se sienta en el borde de una cama, se lleva ambas manos a la cabeza y comienza a llorar desconsolado. “Que ridiculez” piensa Sofía. Le molesta el exceso de drama en la ficción y vida real, sin un motivo aparente.

Su reloj Marca las 10:30 p.m. Sin sueño, cierra los ojos y hace un gran esfuerzo para quedarse dormida. Siente que pasa mucho tiempo sin lograr su cometido. 

Pasa una mala noche en la que se despierta varias veces y le cuesta volver a conciliar el sueño. 

De repente la enfermera entra al cuarto, prende la luz y dice: “La prueba ya acabo”, puede vestirse. Los resultados le llegaran a su correo electrónico”. “¿Así nada más?, ¿ni un vasito de jugo de naranja o un tintico?” piensa Sofía.

Siente que sólo durmió 15 minutos y que le va a tocar repetir el examen. Se viste de prisa e intenta quitarse dos electrodos del pecho, pero parece se los pegaron con pegante industrial. Olvida el asunto y sale del cuarto. No hay nadie en la recepción del lugar. Sofía piensa que el personal son como fantasmas, que aparecen cuando comienzan a llegar los pacientes en la noche.

Ya en la calle se siente algo ridícula cargando una almohada pasadas las 6 de la mañana, como si se le hubiera perdido su cuarto o, mejor, su cama. Siente sueño.

miércoles, 12 de julio de 2017

Desorden

Leo un artículo en el que dicen que un escritorio desordenado es sinónimo de creatividad e inteligencia, y que tanto el orden cómo su contraparte activan diferentes regiones del cerebro. Me pregunto cuáles serán y supongo que algo tendrá que ver con ese tema del hemisferio izquierdo y el derecho.

Reviso mi escritorio, que más bien es un mueble modular con diferentes compartimientos, en el que hay diferentes objetos: cd’s, Discos DvD, portavasos de restaurantes, residuos de aquella época en que intenté coleccionarlos; un vaso de coca-cola con un hielo que agoniza lentamente y al que le acabo de dar el último sorbo; un único post it amarillo con 4 tareas anotadas, de las cuales sólo dos, una que tiene que ver con un E-mail y la otra con la finalización de un documento, están chuleadas; dos mugs, uno negro repleto de esferos y marcadores que casi nunca utilizo y otro del Real Madrid, regalo de Federico, un español socio del equipo, que acepte a pesar de no ser su hincha; un payaso de madera que compre hace ya varios años en un viaje; un dragón, también de madera que no ha desplegado sus alas desde el día que lo compre en un stand que tenía que ver con Tolkien; un corazón anti estrés que no he apretado más de 10 veces; 4 libretas de años pasados, y la del momento que es más bien un cuaderno gigante de hojas gruesas sin ningún tipo de cuadricula; una servilleta con migajas de galleta Cocosette; la lámpara sobre la que ya he escrito alguna vez y que me gané en una dinámica de amigo secreto; la copia de “Amanda” una historia que escribí en inglés con las correcciones de un británico, y que aún no he pasado a limpio; un libro que deje de leer; un cargador de celular; borradores, y otro par de cosas más. 

Son muchos objetos, y enumerarlos puede dar una falsa sensación de desorden, pero más bien me parece que están arrumados de forma ordenada si eso se puede decir. 

¿Perjudica mi falta de desorden mi nivel de creatividad? ¿qué es ser creativo?, ¿quién define finalmente si alguien lo es o no? Creo que no deja de ser un concepto ambiguo y lo importante es pregonar que tenemos esa cualidad, porque el mundo moderno la demanda.

¿Si desordeno mi escritorio deliberadamente seré más  inteligente y/o creativo?

martes, 11 de julio de 2017

Ser otro

Las opciones parecen ser infinitas: “Grande, mediano o pequeño; con caramelo, vainilla o chocolate; con Baileys, amaretto o sin licor; con leche deslactosada, entera o descremada; ¿lo quiere en combo con uno de nuestros productos de pastelería?” recita la cajera de memoria.

“Solo quiero un capuchino” pienso, pero destilo el combo de opciones, que me hacen dudar, hasta lo que creo querer: “Un capuchino mediano con leche deslactosada por favor”, respondo.

Me mira incrédula, quizá pensando cómo es posible que mí orden sea tan sencilla con todas las opciones que me dio. 
" ¿Nombre de quién hace el pedido?"
"Ian", contesto

No me llamo así pero, ¿qué importa? Siempre me ha gustado ese nombre, desde que supe que así se llama el cantante de la MK2 de mi banda favorita, Deep Purple: Ian Gillan. Es breve pero también un balazo fonético agradable.

Mientras preparan mi bebida, imagino que soy un Ian, no Gillan pues lo considero irreemplazable, aunque me gusta cantar sus canciones, como esa noche que caminé más de 30 cuadras un día sin carro y el dios de la aleatoriedad decidió que sonara en mi MP3 Strange kind of women, y más que cantar la grité mientras caminaba. 

Ese Ian que soy en él café, es alguien que no tiene idea alguna que hace en Bogotá. Vive en Letonia. Un día empacó un par de mudas de ropa en una maleta pequeña, cómo si se fuera de viaje a una provincia cercana a su ciudad, fue al aeropuerto y decidió comprar un pasaje a cualquier destino.

Así fue como él, yo, si nos fijamos bien, aterrizó en Bogotá. ¿Qué por qué ese impulso tan inusual de viaje? La respuesta, creo yo, o él, es porque Ian a pesar de ser tan alguien tan diferente, a veces también siente ganas de ser otro, y no hay mejor forma de experimentar esa sensación que llegar a un lugar donde nadie nos conoce.

“Capuchino mediano para el Señor Ian” dice en voz alta uno de los baristas. Algunas personas me miran mientras, orgulloso, recibo la bebida. Si tan solo supieran que vengo de Letonia.

lunes, 10 de julio de 2017

El guante

Ana maría está triste. Con lo cuidadosa que es no sabe cómo pudo haberle ocurrido. Ya no le cuenta lo que le pasó a nadie, pues está harta de que todo el mundo le diga que no debería darle tanta importancia a sus posesiones materiales, que no era más que un guante, un pedazo de lana, que deje el escándalo.

Pero así somos los humanos, le damos más importancia de la necesaria a nuestros objetos de uso diario y a veces, sin que nadie sepa, les atribuimos poderes especiales que supuestamente nos mantienen a salvo. Los guantes los había tejido su madre, que murió dos semanas después de obsequiárselos.

¿Acaso alguien sabía que gracia a esos guantes había conocido a José?, ¿o que habían evitado que sus manos se congelaran en ese viaje que hizo al Purace?

Pero aparte del uso habitual al que se destinan un par de guantes, Ana María también les había otorgado el estatus de amuleto y los cargaba para todos lados, incluso en los días calurosos.

Estaba convencida que los guantes alumbraban sus decisiones y la cuidaban de peligros potenciales, desde esa vez en que salió ilesa de un accidente de tránsito, debido, según ella, a que justo en el momento del impacto estaba acariciando el de la mano izquierda.

Precisamente ese fue que se le perdió y era el mágico. El de la otra mano solo adquiría sus poderes gracias a su compañero y sin él, queda convertido en un simple accesorio. 

También siente envidia. Le aterra pensar que alguien se encuentre el guante, lo recoja y, de un momento a otro, adquiera todos los beneficios que le brinda la prenda a su posesor. “¿quién se va a interesar por un solo gante?” se pregunta y el pensamiento la tranquiliza.

***

Juan caminaba distraídamente por la calle y, a lo lejos, un pequeño bulto en el suelo captó su atención. Al pasar al lado, cayó en cuenta de lo que era. Sin ningún motivo en particular recogió el guante y se lo hecho al bolsillo. 

Esa misma semana su novia lo echó y lo despidieron del trabajo.


sábado, 8 de julio de 2017

Angustia

Carolina ha trabajado toda su vida como peluquera. Cálculo que debe tener unos 36 años. Conversamos sobre cualquier cosa, hasta que le pregunto por sus hijos. El menor, está estudiando ingeniería de sistemas y va a entrar a tercer semestre. La mayor lleva un tiempo sin trabajar ni estudiar y está en la casa.

Me cuenta que desde hace unos 4 años sufre de ataques de angustia. Le pregunto, sin ánimo de morbo, si recuerda la primera vez que tuvo una recaída. Me mira por el espejo y, por un instante, su gesto refleja lo mal que lo pasó en esa ocasión. 

“Un día yo me vine al trabajo y ella me llamó llorando. Le pregunte que qué le pasaba, y me contestó que no sabía, pero que se sentía muy triste. Le pedí que por favor tratara de explicarme, para ver de qué manera la podía ayudar, y me dijo que tenía mucho miedo, miedo de mirar por la ventana, de salir, como un miedo del mundo. Qué se había acercado a la ventana y que una voz en su cerebro le decía: “salta”, pero como afortunadamente siempre hemos sido muy creyentes otra de más peso le decía: “no lo hagas”, y pues nosotros vivimos en un tercer piso. No te imaginas el pánico que tuve ese día.

“Hace unos días el médico le cambio el medicamento. No sé parece que esas pastillas que se toma la cansan, porque se la pasa en la cama y durmiendo. Yo siempre trato de darle aliento, y ella se llena de optimismo cada vez que sale del hospital, luego de superar una crisis. Siempre dice: “algún día voy a salir de esto mamá”, pero no sé. Lo único que puedo hacer por ella es estar a su lado.

No hago ningún comentario. A veces eso es lo único que necesitan las personas, que les prestemos atención a las historias que nos quieren contar, sin entrar en la dinámica del juzgamiento y la opinión.

jueves, 6 de julio de 2017

Momento

Sara Olarte. 

¿Qué sabemos de la vida de Sara Olarte? Muy poco. Los elementos que componen la vida de las personas, los de verdad, es decir, los que constituyen su esencia y los hacen humanos, no los alcanzamos a percibir, pues apenas rasguñan la superficie de eso que llamamos personalidad. 

Por alguna razón nos interesan más las desgracias que los aciertos de las personas, así que lo que les puedo contar acerca de Sara Olarte es que lleva sin empleo más de tres años, y que día tras día la angustia se apodera de ella, pues siente que el dinero. a medida que se le agota, le pone una soga alrededor del cuello que la va dejando sin aire. 

Debido a su situación laboral, su panorama sentimental también se ha visto comprometido. Dario, el hombre con el que estaba saliendo desde hace 6 meses, se cansó de siempre tener que invitarla y bajo una excusa floja: “No estoy preparado para una relación”, se hizo a un al lado para que Sara no lo arrollara con su mala suerte. Parece entonces que el dinero manda e inunda todos nuestros asuntos. 

Hoy, sentada en la cocina, lugar cómplice de decisiones importantes, y mientras le da un sorbo a su taza de café, por alguna razón difícil de puntualizar, la vida le parece más ligera. Es un momento en el que, aunque con muchas asuntos desfavorables en su vida, Sara siente que todo encaja y tiene sentido, un momento en el que se siente feliz. 

Tiempo después cuando se mete a la ducha la sensación ha pasado; apenas abre el grifo y cuando las primeras gotas le golpean la cabeza, recuerda que el plazo para pagar el recibo del agua se vence la semana que viene. 

La angustia comienza a invadirla de nuevo, por lo que vierte sus pensamientos en la epifanía del desayuno, ese momento del que ahora en adelante se colgará cada vez que la vida le dé la espalda.

miércoles, 5 de julio de 2017

Juliana

“Juliana que mala eres”… 


Los rayos de sol entran por la ventana y caen sobre sus piernas. Sentada en la buseta, de un momento a otro la letra de la canción de salsa asalta a Juliana.

“¿Soy mala?” se pregunta. Cree que no. Lo complicado es que lo que uno cree pocas veces concuerda con lo que piensan el resto de las personas.

De un tiempo para acá siente que Milagros, su amiga de toda la vida la evita. Las preguntas siguen llegando: “¿Qué le habré hecho?” piensa, mientras la canción de Cuco Valoy, como música de fondo, termina de componer la escena: “me sacrifique por ti porque por ti estaba ciego y mira como me pagas”

“Deudas, eso es. Siempre estamos debiendo algo y en algún momento, a falta de un pago que no hemos realizado, puesto que desconocemos la obligación adquirida, nos cobran con indiferencia.”

La canción se acaba, pero la letra le queda dando vueltas en la cabeza. Ahora suena otra, un reggaeton desprovisto de emoción que no le evoca ningún recuerdo.

La amistad, que territorio tan complicado ese. Le gusta más la palabra en inglés, Friend-ship. Le parece más apropiada para describir lo que siente, pues ese barco de “afecto personal puro y desinteresado compartido con otra persona” a veces se encalla, y si no se toma una acción rápida existe la posibilidad de que se hunda para siempre, “Titanic amistoso” se le ocurre.

Cree estar lista si la catástrofe llegara a ocurrir. 

“Que mala eres Juliana”…

martes, 4 de julio de 2017

Recién llegado

Llego al lugar. No soy de los primeros así que me toca saludar y tratar, de la mejor manera, de adaptarme a una dinámica de conversación que ya lleva cierto tiempo, en el que, me imagino, se han pactado tácitamente ciertos patrones de conducta: temas, formalismos, camaradería, etc. señales casi imperceptibles que nuestro cerebro capta y obedece para poder desenvolvernos “bien” cuando hacemos parte de un grupo. 

Esperamos en una esquina y somos tres mujeres y un hombre, más un recién llegado, yo, quien libra de ese papel a la persona que había arribado antes. Trato de buscarla con la mirada para buscar algo de apoyo y, quizá, dirección, pero ninguno me la sostiene, se nota que quieren que sufra con mi nuevo papel en el grupo.

Conozco a dos de las personas: un hombre y una mujer, las otras dos hacen parte de ese amplio grupo demográfico conocido como “desconocidos”.

Saludo a mis amigos, y en seguida me dirijo hacia las mujeres, “Hola” les digo esbozando una sonrisa algo estúpida y le extiendo la mano a la primera, que me hace sentir ridículo pues se abalanza a darme un beso en la mejilla. Descuelgo el brazo que había estirado, para que su estampida corporal no lo atropelle. 

Me dice su nombre, pero instantáneamente empieza a caer en los abismos de mi cerebro, mientras volteo a mirar a la otra mujer. Es rubia y tiene pinta de extranjera. Sin dejarme coger ventaja de la situación, esta vez soy yo quien se lanza a saludarla de beso, pero la escena se torna algo torpe pues, logrado mi cometido y mientras hecho mi cuerpo hacia atrás, la mujer me ofrece su otra mejilla, por lo que tengo que deshacer mi impulso, en una especie de baile o pasito tun tun, para plantarle el segundo beso.

Mientras nos colgamos de lugares comunes y conversamos sobre cosas poco comprometedoras, cada vez me despojo más de mi papel y hago parte de los presentes. Al rato alguien dice “Allá viene Laura”; sonrío. Es hora de abandonar mí papel de “recién llegado”.

lunes, 3 de julio de 2017

To the Lighthouse

Maia es actriz y tiene pensado estudiar terapia de drama.  Pasó 7 meses actuando, en un barco que viajaba entre Estados Unidos e Inglaterra.  Mientras conversamos es difícil no distraerse con sus ojos que son de color miel.

Le digo, sin ánimo de coqueteo, que me gusta su nombre y le pregunto que si sabe que significa.  Me cuenta que tiene raíces griegas y que significa "madre". "¿Quieres ser mamá algun día?" "Hopefully" responde.

Me cuenta un par de cosas más sobre su profesión y su vida en Inglaterra, hasta que nuestra conversación llega o la dirijo como quien no quiere la cosa, hacia libros y literatura.

Le cuento que hace un tiempo me leí “The Waves” de Virginia Woolf y que me costó mucho trabajo. Que lo comencé a leer en inglés, tuve que releer varios pasajes, hasta que decidí leerlo en español, pero la traducción de algunas palabras me parecía extraña así que finalmente me propuse terminarlo en su idioma original.

Le pregunto que si tendré problemas con mi inglés. Maia sonríe y me dice que no, que a los ingleses también les cuesta leer a Woolf.

De repente abre los ojos y me dice: “Mira que hace mucho tiempo estaba caminando de noche hacia mi residencia universitaria y escuché unos pasos detrás de mí”. Su cara refleja la emoción de alguien que está a punto de empezar a contar un relato, y con la con la imagen que me hago de su primera frase ya me tiene atrapado: Maia caminando de afán  por una calle de adoquines envuelta en la penumbra .

“Cuando me iba a dar vuelta para ver quién era, siento que alguien me rodea con los brazos, me levanta, mete la mano en mi cartera, esculca en ella con desesperación, me suelta y sale a correr."

Después de eso caminé rápido hasta que llegué a mi apartamento.  Revisé mi cartera y veo que lo único que se llevo el hombre fue una copia que había comprado ese día de "To the Lighthouse",   ¿puedes creerlo?" concluye su relato con una sonrisa.

Le sonrío de vuelta y le pregunto, "¿y qué tal es ese libro?".  "No sé, después de eso nunca lo leí".