Finales de los años 50.
Mi padre estudia en un internado especializado, al parecer, en reprimendas fuertes que a veces incluyen golpizas. “no importaba la falta que cometieras, pequeña o grande, te agarraban a golpes” me cuenta.
Un día él orquestó una guerra de almohadas en el dormitorio. Es agradable verle la cara de placer y satisfacción cuando cuenta la historia, seguro se divirtió muchísimo.
Al siguiente día, mientras caminaba por uno de los pasillos del colegio vio que venía, en dirección contraria, el director del colegio, uno de esos seres que tienen ojos y oídos en todas partes. Para pasar desapercibido, mi papá agachó la cabeza, y continuó caminando pues estaba justo sobre el tiempo para tomar una clase.
A pocos metros de cruzarse con el sujeto, este exclamo: “¡Ahh claro! Tenía que ser el señor Rodríguez el que organizó la guachafita de ayer, ¿no? Mi padre frenó en seco, pues pasarlo de largo y no reponderle nada, habría sido tomado como una grave ofensa. Cuando levantó la cara para mirarlo, el viejo le metió una fuerte cachetada.
Luego de recibirla, mi papá pensó: “Si me quedo de pie, el viejo marica me sigue cacheteando, mejor me voy a botar al suelo”, y así lo hizo.
Ya tendido en el piso, mientras esperaba a que el viejo le dijera otras palabras, hasta que se cansara y se fuera, su plan fracasó; el viejo al ver que ya no podía alcanzarlo con los brazos, decidió cogerlo a patadas.
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