lunes, 19 de febrero de 2018

Aguacero

El aguacero me toma por sorpresa a pocas cuadras de mí casa. Arrancó con una cadencia lenta, una mera llovizna, pero fue cobrando fuerza, como un in crescendo, si la figura aplica, y si no bueno, me gusta esa palabra; hay palabras que, pareciera, se pueden saborear y esa es una de ellas, al lado de bourgeois y otras cuantas, en fin, volvamos a lo del aguacero.

En medio de su etapa de lluvia menuda, apresuro el paso y justo antes de que el cielo se quiebre, paro en la entrada de un edificio para escampar. El agua cae en su sinfonía desordenada de aguacero, golpeando con rabia el suelo. Dos mujeres rollizas, ambas con una trenza larga y pelo negro y bolsas plásticas en sus manos también deciden esperar en ese sitio. “Uyy no hermana, tocó esperar” le dice una a la otra y luego ríen, no sé de qué pero hago como que si y le sonrió a una de ellas. La mujer me devuelve la sonrisa sin decir nada. 

“Va para largo pienso” mientras suena Anthem y, con la vista clavada en el suelo, me sumerjo en el sólo de guitarra de esa canción, que me parece igual o más sabroso que la palabra crescendo.

Percibo que el aguacero va a finalizar o se va a convertir en una lluvia floja pero no, toma fuerzas de quién sabe donde y arranca a llover de nuevo con furia.

Levanto la vista. La calle está muy sola. Cada cierto tiempo pasan personas envueltas como en un halo de melancolía, producto de la lluvia. Algunas llevan sombrillas y otras, que no tienen inconveniente con mojarse, van sin ellas, incluso veo una mujer en pantaloneta, de bonitas piernas, con un saco de capucha empapado.

Al frente, a lo lejos se alcanza a ver un edificio blanco de 4 pisos, con las luces encendidas en todos, aunque está casi por completo desocupado, una de esas paradojas urbanas. Sólo se ve una mujer en el segundo, una señora de la limpieza con un uniforme azul, que trapea el piso con desgano.

Un hombre  empuja su puesto de trabajo, una carreta de dulces envuelta en plásticos negros y él también va envuelto en un impermeable amarillo. Salpica y levanta mucha agua con cada paso, pero camina con decisión, con una cadencia que tal vez le hace falta a la mujer que trapea el piso.

Luego pasa una Chiva Rumbera, un lunes; si, cuesta creerlo por ser inicio de semana y también cuesta creer que todavía existen. Está forrada con plásticos negros y se ven fogonazos de luces de discoteca en su interior, pero, al parecer, va con muy pocas personas, todas sentadas.

El aguacero termina y sigo mi camino.

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