Tatiana se dirige hacia la oficina en una buseta y tiene rabia, pues el cable de uno de sus audífonos, el derecho, ya no suena. No fue algo que ocurrió de un momento a otro, pues todo, aunque nos cueste verlo, ocurre de manera gradual.
El cable había comenzado a molestar hace dos días y ella solucionaba el inconveniente moviéndolo violentamente hasta que volvía a funcionar, pero hoy se dañó por completo, y por más que lo presiona y retuerce de diferentes maneras, sigue muerto.
Muerte, a Tatiana siempre la asalta ese tema en el momento menos pensado, ¿a quién no? 0 y 1…había pensado horas antes, vida y muerte; sístole y diástole; inspirar, espirar, filo y abismo. Duplas que, sin darnos cuenta, nos consumen.
Entre los muchos globos de su recorrido en bus, había llegado a la conclusión de que, sin darnos cuenta, morimos repetidamente durante el día cada vez que botamos el aire que segundos antes habíamos tomado; “Respirar es la metáfora perfecta para la muerte” había pensado.
Se quita los audífonos y los guarda en su maleta. Intenta mirar por la ventana y ver como las fachadas de los edificios ocupan su visión solo por unos segundos para dar paso a otras.
Un tintineo repetitivo la abstrae de su ejercicio contemplativo. Lo produce un hombre que va de pie y que, con su anillo, ha decidido llevar el ritmo de una salsa sexual sobre el tubo de la buseta.
Le fastidia, pero decide no amargarse el rato y escuchar la letra de la canción: No puedo evitar caer al profundo abismo de tu desnudez, “¿A quién se le ocurren semejantes ridiculeces?” se pregunta.
Al rato la canción acaba junto con el golpeteo del timbalero frustrado que va de pie. De inmediato un grupo de locutores comienza a hablar. Es uno de esos programas en la mañana, donde todos parecen contentos. Uno de ellos habla sobre una encuesta que hicieron en un país, donde les preguntaron a las personas si eran felices y por qué. “Si les preguntarán a los tarados detrás de los micrófonos, su respuesta sería muy fácil”, piensa Tatiana.
Tiempo después de dar apreciaciones flojas sobre el tema, uno de los locutores cuenta un chiste y todos ríen, “vaya, sí que si son felices” piensa ahora, y luego cae en la pregunta, “¿Soy feliz?”
Sabe que es una pregunta sin respuesta, pues no lo considera un estado absoluto. Le da vueltas por un rato en su cabeza y cuando está a punto de sumirse en un existencialismo aburridor, el pasajero del anillo la salva, pues empieza a sonar otra canción: Vivir sin Aire, que bien sabemos todos de qué agrupación es.
Al hombre, al parecer, no le importa llevar el ritmo de lo que sea: balada, bachata, salsa, merengue, y lo hace con desparpajo; encuentra el golpe y tiempo perfecto o, por lo menos, así lo cree. Luce feliz.
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