Me despierto en la madrugada.
El reloj marca las 2:30, “¿Por qué mierdas me desperté?”, me pregunto; al instante el cuerpo me da la respuesta: Me duele la cabeza.
En un edificio de parqueaderos cercano un perro gime. Supongo que tiene hambre, frío o puede que también le duela algo. En silencio me solidarizo con el animal en su pena.
Caigo en cuenta de mi posición y me parece que estoy tronchado. “Tronchado, tronchado”, repito la palabra varias veces en mi mente, y me suena desprovista de cualquier significado. Palabras bobas, llamo a aquellas que, como esta, carecen de sentido en un momento determinado.
Tronchar significa: “Partir o romper con violencia cualquier cosa de forma parecida a la de un tronco o un tallo”. Imagino que mi cuello es ese tallo del que habla la definición y que la posición en la que me encuentro lo está quebrando.
Ahora siento nauseas, bienvenido el dolor de cabeza en pleno. “¿Tendrá está nueva sensación algo que ver con el pedazo de pizza que engullí de más en la comida?”, me pregunto.
Decido ponerme de pie y me muevo nervioso de un lado al otro del cuarto, mientras maldigo al universo por obsequiarme un dolor de cabeza, de espalda y nauseas en la madrugada.
Recuerdo que en algún lugar tengo una caja de un relajante muscular. La busco y, para mi sorpresa, la encuentro rápido. El médico que llevo por dentro dictamina que me zampe una pastilla, lo hago; me auto-receto, cosas que uno hace de madrugada.
Pasados unos minutos el dolor persiste. Ahora, ese buen hombre que lleva una bata blanca y que me habita o en el que me he convertido, sugiere que me masajee la espalda. Me tumbo boca abajo e intento aplicarme presión, pero es una posición incómoda. Recuerdo que mi cuello es como un tallo quebrado y abandono esa misión.
“Es una cefalea tensional”, que nombre tan trágico ese, determina ahora el buen hombre. Con el nuevo dictamen, tomo el celular y tecleo en google “masajes para aliviar una cefalea tensional”.
Doy con una página que indica como aliviar una cefalea tensional, sin recurrir primero a la medicación, al trabajar los puntos de presión.
Trato de seguir los masajes al pie de la letra y funcionan, el dolor comienza a disminuir. De vez en cuando una que otra picada arremete, aunque saben que, contra mis manos y los puntos de presión, tienen la batalla perdida.
El dolor ahora está en su decrescendo, pero ahora el problema es que son las 3:40 a.m. y no tengo rastros de sueño. Opto por leer un artículo que me encontré, mientras buscaba información sobre los masajes, que habla sobre los trastornos psicóticos breves que, intuyo, debe ser como volverse loco por un breve instante de tiempo.
El texto dice que son estados repletos de ideas delirantes, alucinaciones o un comportamiento catatónico; una perdida de las fronteras de si mismo. Me pregunto cuántas veces no hemos experimentado, así sea por un segundo, un estado de esos, pues todos tenemos algo de locura.
Ahora el perro ladra, y no sé si el ladrido es producto de mi imaginación.
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