En un supermercado, justo después de pasar las cajas registradoras que no se cansan de emitir ruidos que se mezclan y resaltan sobre el barullo de voces de quienes hacen fila, se encuentra la sección de licores; toda clase de tragos con diferentes rangos de precios, que indican que podemos ser selectivos si lo que tenemos en mente, por ejemplo, es perder la conciencia.
Los licores, de diferentes colores y envasados en botellas translucidas con curvas sensuales, sobre los que se refleja la luz artificial del lugar, resultan muy llamativos y dan ganas de echarles una mirada.
Varios compradores se pasean con aire distraído por las góndolas. De vez en cuando se acercan a una y toman una botella que les llamó la atención. La inspeccionan con detenimiento, la pesan en sus manos, le dan vueltas, se la acercan a la cara para leer la letra pequeña de la etiqueta y la echan en sus carritos o la vuelven a dejar en su lugar.
En el mismo sector, hay otro elemento que llama la atención, y que resalta por lo diferente, y porque parece pasar desapercibido ante los atentos compradores de trago: un stand de condones. Los empaques de estos no son tan llamativos, contario a sus nombres: Hot sensation, Triple pleasure, G vibration, entre otros.
Se pregunta uno qué hacen ahí, y si no es un producto tipo “por si acaso”, una especie de mensaje subliminal: “Sabemos que está llevando trago. Si no quiere futuras sorpresas, lleve condones. No diga que no se lo advertimos”.
No sabemos si es una estrategia de venta de los productores de condones, de los del trago, o una alianza estratégica entre ambos; quién sabe de cuántas formas la publicidad nos engaña y nos mete mensajes en la cabeza para que consumamos todo tipo de productos.
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