Llueve; es una tarde gris, fría, lenta y no me hallo. De vez en cuando mi mente empieza a conjurar pensamientos negativos a los que trato de prestarles la menor atención. A veces me engancho en uno hasta que, con algo de esfuerzo, logro desecharlo.
Necesito hacer algo para evitar caer en las trampas de la mente. “¿Leer o escribir?”, me pregunto. Me decido por lo segundo y que debo hacerlo en un café. Salgo.
Comienzo a caminar hacia uno que queda cerca de mí casa, pero ya en el camino, recuerdo una pastelería que me presentó un amigo. La mujer que la atiende, su dueña, me parece muy bonita, o más bien muy tierna. Ese simple hecho, inclina la balanza hacia ese lugar.
Le saco la mano a una buseta. Cuando subo esta llena, pero las calles están vacías, así que el viaje de pie no durará mucho. Me voy hacia la parte de atrás, y al rato se sube un hombre con pinta de drogado: Tiene los ojos en la nuca y la boca entreabierta, parece que respira por ella, y se mece de un lado a otro. Lo analizo de reojo y de repente el hombre se voltea hacia mí y me señala su muñeca; quiere saber la hora, pero hace muchos años dejé de utilizar reloj y el celular está cargándose en casa. “No tengo”, le respondo sin escuchar mi voz, y me refiero a que no tengo ni reloj, ni hora. El hombre farfulla algo que no logró escuchar pues llevo audífonos puestos. Por un segundo lamento no haberle podido dar la hora al hombre, “¿Qué tal que enloquezca y saque un puñal; que la falta de hora, de situarse en el tiempo lo ponga violento?, me pregunto.
No pasa nada, el hombre sigue en su mundo, en su traba, y a cada rato cambia de postura y se hace a la derecha o a la izquierda de la buseta. Dos pasajeros se bajan y el hombre sin hora, se sienta de inmediato. Ahora mira por la ventana completamente distraído, “¿En que estará pensando?”, me pregunto, pero al rato lo dejo ser; cada quien con su traba, con sus líos y sus pensamientos, en definitiva cada quien con su vida, por más insólita que nos parezca.
Mas tarde, ya en el lugar, pido una torta de chocolate con toneladas de crema y un café, y me sumerjo en la lectura. Mi cabeza ya está lo bastante despejada y me concentro fácil en la historia.
Corroboro que la mujer es tierna y también que tiene novio. un hombre de barba y que lleva puesta una cachucha. A a cada rato ella le dice: “Amor esto”, “amor lo otro”.
La mujer deja el local a cargo de su novio porque se antoja de un helado y se va a comprarlo. Por la calle pasa un hombre vendiendo bolsas de basura y lo saluda. El hombre, el novio, sale a la entrada del lugar para charlar con el vendedor. Este le dice: “Que techo tan bacano”, el novio mira hacia el techo, que tiene muchos bombillos pequeños, y le da la razón, le contesta que sí, que es bacano. “No parce, su visera. ¿no se le dice techo a eso?, anota el visitante. El novio, el amor, se quita la cachucha que es de color negro y, algo apenado por la falta de léxico callejero, le da vuelta al pedazo de techo en sus manos.
Al rato llega la mujer y le da las gracias al novio por haber cuidado el local. Intento, infructuosamente, que el café y el final de un capítulo coincidan. Pago y abandono el lugar.
Camino un par de cuadras y tomo otra buseta. Apenas subo recuerdo al hombre que estaba en un viaje dentro del viaje. Contrario a la otra, esta tiene pocos pasajeros, y un hombre que está sentado en la última fila no deja de bostezar de manera exagerada y audible.
Me distraigo mirando por la ventana y veo como una pareja de adolescentes se devoran sus bocas, mientras sus manos juguetean en diferentes partes del cuerpo del otro. Del recorrido, que también dura poco, es la imagen que más me llama la atención.
Cuando me bajo sigue haciendo frio, pero el ambiente está fresco. El suelo tiene muchos charcos y los locales que voy pasando de largo tienen un ambiente de fiesta. En ese momento suena What's It Gonna Be, con su intro de batería que siempre me sube el ánimo.
Ya no hay rastro de nubes negras en mí cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500