Ojalá que uno tuviera una memoria prodigiosa como, digamos, el personaje de Lisbeth Salander, la protagonista de la novela Millenium de Larsson, pero no, uno es más bien propenso a olvidarlo todo, y para eso sirven las notas, para que esas imágenes, frases, por qué no párrafos, a las que nos enfrentamos o que brotan misteriosamente en nuestro cerebro, no se pierdan en las profundidades del mismo.
La ecsritora Anne Lamott cuenta en su libro Bird by bird que uno de los peores sentimientos en los que puede pensar, es en tener un maravilloso momento o acierto, o captar una imagen y luego perderla; por eso siempre lleva consigo unas fichas de un sistema de anotación que diseño, y afirma: “Una de las cosas que ocurren cuando te das permiso de comenzar a escribir es que comienzas a pensar como escritor. Comienzas a ver todo como material”.
A mí me gusta escribir las notas en una libreta, cuando la llevo conmigo, o si no las anoto en mi celular en una de sus aplicaciones de fábrica, que también lleva por nombre: “Notas”. Cuando las hago en la libreta y a modo de manía, procuro escribirlas con un esfero negro de gel, si lo tengo pues me la paso perdiéndolo y encontrándolo en diferentes rincones de mi cuarto.
El método del escritor Ricardo Silva consiste en, cada vez que cree que algo le puede aportar a lo que sea que esté escribiendo, enviarse un mail, y así, cuando se sienta escribir, sabe que eso que lo impacto esta ahí, en forma de frase o palabra.
Hace un rato escribí un artículo de una charla al que le tenía pereza porque había dejado pasar mucho tiempo para hacerlo. Fui a una de mis libretas, por el momento son dos, y las notas que tomé, aunque me toco desenredar una letra apeñuscada, con más apariencia de garabato que cualquier otra cosa, me ayudaron mucho para poder escribirlo.
Sin las notas un escritor no es nada.
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