Miro por la ventana distraídamente y veo como, a lo lejos, un helicóptero pasa por delante de una nube blanca. El contraste entre el blanco de la segunda y el color rojo del primero, hace que el avistamiento sea llamativo.
¿Quién va en ese helicóptero? ¿Hacia dónde se dirige? Recuerdo que una vez una mujer publicó una foto de un día de trabajo en ciudad de México. Ella estaba ubicada en un piso muy alto y la imagen mostraba un helicóptero aterrizando en el helipuerto del edificio que quedaba al frente.
Soñamos con eso, con ser el que viaja en ese helicóptero, con evitar trancones con no demorarnos en nuestros desplazamientos; recorrer distancias en menos de 10 minutos en hora pico, que nos tomarían horas en carro o bus.
A mì me gustan los trancones, bueno, es un decir. Imagino que afirmo tal cosa porque no manejo, entonces soy un simple espectador no activo de ellos, por decirlo de alguna manera.
Lo que más me gusta cuando hago parte de uno como pasajero, es mirar por la ventana, porque es un momento en el que hecho globos sobre todo, lo que sea desde preguntarme sobre la vida y la muerte, hasta recordar chistes bobos o pensar sobre algo que vi en televisión o en asuntos sin importancia, como: “Deberían hacer una película de Terminator vs Los Trasnformers, ¿quién ganaría?”
Me gusta mirar por la ventana, es un buen pasatiempo. Considero que ver pasar gente resulta apaciguante, pero sí, y solo sí, se adopta un modo contemplativo sin caer nunca en el juzgamiento.
Por eso me gustan los trancones, porque tienen una estrecha relación con la actividad de mirar por la ventana.
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