Una visita de mí hermana coincide con un momento en el que estoy escribiendo. “¿Qué haces?”, me pregunta. “Escribo un cuento”, le respondo, mientras ella se recuesta en la cama.
“¿Quiere que se lo lea?” Eso me parece extraño, es decir, que mis hermanos me tuteen, pero que yo los trate de usted. Siempre ha sido así; no sé en qué momento o por qué establecimos ese código de comunicación, pero me siento muy extraño tuteándolos, en fin.
Le leo la corta historia que escribí, que no me parece nada del otro mundo, pero es un texto, un primer borrador y eso, para mi, ya es mucho. Cuando termino la lectura mi hermana me dice que no entiende la actitud de uno de uno de los personajes, una mujer. Supongo que ella, por cuestiones de género, entiende mejor cuál debería ser su reacción de acuerdo con la escena que planteo en el cuento.
Trato de defender mi texto, de contraargumentar, pero un texto debe sostenerse por sí solo y cuando necesita mucha explicación quiere decir que tiene inconsistencias.
Mi hermana tiene la razón. El motivo del personaje, la manera en que actúa es inconsistente de acuerdo a ciertos aspectos de la historia.
Los lectores son expertos en identificar esos detalles de una historia que no coinciden, esos momentos en los que, como dice Antonio García Ángel, a uno le chirría el violín de la escritura. Por eso creo que escribir va mucho más allá de de distinguir entre hay, ay y ahí, de solo tener buena ortografía y gramática.
Each thing you add to your story is like a drop of paint falling
into a bowl of clear water. It spreads and colors everything.
— Wired for Story —
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500