Escribe uno y, no nos digamos mentiras, espera que lo lean muchas personas, y no solo que lean, sino que además les guste lo que uno escribió. En ese caso el acto de escribir está alimentado por la vanidad. Bien lo dijo Rosa Montero en La Loca de la Casa:
“Como la vanidad es una droga para nosotros, la única
manera de no caer esclavo de ella es abstenerse de
su uso lo más posible. Algo verdaderamente difícil,
porque el mundo actual fomenta la vanidad hasta el paroxismo.
Montero, que definitivamente ha escrito textos que valen mucho la pena, también dice que la vanidad tiene una estrecha relación con ver si lo que se hace tiene algún sentido, y que de ahí proviene la fragilidad en los escritores.
Hace unos días escribí un cuento. Nada del otro mundo la verdad, sobretodo porque el texto apenas va en su primer borrador, es decir, una mierda en la escala de Hemingway, en fin.
Le mostré el cuento a algunos amigos y me dieron su opinión al respecto, qué les perecía que funciona, qué necesitaba cambios y que, definitivamente, tengo que eliminar: segmentos muy aburridores en los que no hay nada de acción y que más bien parecen apartes de un ensayo.
Creo que ese cuento en su primera versión es un escrito que vale la pena, no porque sea bueno o tenga mucho potencial, sino porque no me lo he podido sacar de la cabeza. No veo la hora de sentarme a arreglarlo, para incorporarle todo eso que creo que le hace falta para que no tenga grietas narrativas.
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