martes, 31 de diciembre de 2019

Balance de fin de año

Leo en el único establecimiento que encontré abierto hoy. Ese es mi ritual del último día del año: dedicar un tiempo del día a leer. 

No me gusta eso de los balances, porque siento que está cargado de reproches de lo que no se hizo y entonces se tiende a la nostalgia, por eso le apuesto más a mi ritual, al que le atribuyo el poder de darme un nuevo año lleno año de buenas lecturas. 

No nos digamos mentiras, la lectura, por lo menos en mi caso, está primero, y es un acto tan primitivo y necesario como comer. Leo luego existo. Lo primero no fue ni el huevo ni la gallina, fue la lectura. 

A tres mesas de distancia una pareja, es decir, un hombre y una mujer, porque no sabemos si sostienen algún tipo de relación sentimental, están inmersos en una conversación. 

Parece que hacen un balance de fin de año. No estoy seguro de ello, porque la distancia a la que estoy solo me permite escuchar, de forma clara, algunas de sus frases, sobre todo las de ella gracias a su tono agudo de voz que corta como una cuchilla otros ruidos, a diferencia de las de él y su tono grave que camufla sus palabras. 

Por la manera en que se miran y hacen pausas para hablar, se nota que no es una conversación repleta de lugares comunes, sino que están dejando todo en ella. Recuerdo entonces un aparte del libro La invitación: 


It Doesn’t interest me what you can do for a living. 
I want to know what you ache for, and if you dare to dream of meeting your heart’s longing. 

It doesn’t interest me how old you are. I want to know if you will risk looking like a fool for love, for your dream, for the adventure of being alive. 

Ahora la mujer habla sobre propósitos para el nuevo año. Le dice al hombre que lo que debe hacer es visualizarlos y escribirlos en un papel y no sé qué más cosas; hay personas que le apuestan a ese tipo de rituales. 

De repente ella le dice: “Por ejemplo, yo el próximo 2020 lo espero terminar…” Su voz se diluye en el ruido del ambiente y no logro escuchar cómo lo quiere terminar. No importa, a veces los vacíos son necesarios en los relatos, porque como leí alguna vez: “Donde todo se sabe, ninguna narrativa es posible”. 

Ahora llegan tres hombres y se incrustan en la escena. Hablan fuerte y opacan la conversación de la pareja. Se nota que su conversación está llena de lugares comunes, que cada uno está cargado de prevenciones y precisiones para, supuestamente, decir lo correcto y quedar bien con sus interlocutores. 

La pareja se va justo cuando leo el siguiente párrafo: 

“¿Se puede escribir cualquier cosa? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Por qué tendría que ser más interesante la novela de un coronel en particular que la de un soldado raso cualquiera?” 
- La vida a ratos - 

Brindo por un 2020 con más conversaciones sinceras.

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