martes, 4 de febrero de 2020

Disfrutar la vida

Una cortina roja, como de terciopelo, bloquea la entrada de los rayos de sol. Las luces están apagadas y el cuarto está envuelto en una penumbra densa, casi líquida. 

Afuera, en la calle, es casi seguro que la ciudad vibra con miles de personas en movimiento. Miles de personas que van de un lado a otro de forma rápida, como si supieran cuánto les queda de vida. Algunos hacen compras, otros almuerzan, toman licor, se fuman un cigarrillo, le dan lengüetazos a un cono de helado; la mayoría llevan gafas de sol. 

Personas, pensaría uno, que sí saben lo que significa disfrutar la vida, que no consistiría en  algo diferente a hacer mil cosas a la vez y en el menor tiempo posible, para sentirnos vivos, o lo que eso signifique. 

Pero disfrutar la vida no puede convertirse en un absoluto, pues también se logra al estar quietos y mirando pal techo; también consiste en perfeccionar el fino arte de hacer nada, en cerrar los ojos e irse bien adentro de uno sin abandonar la vigilia. 

El aire acondicionado, con el murmullo constante que emite debido a, supongo, un proceso en el que el aire de la ciudad, vibrante y caliente, entra en él para ser expulsado como aire frío, ayuda a disfrutar la vida sin hacer nada. 

No sé si así funcionen esos aparatos. Podría buscarlo en internet para no decir disparates, pero disfrutar la vida también consiste en estar equivocados, en caer en el error, en siempre dudar de lo que creemos saber.

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