Cuenta mi madre que cuando era pequeña, a la edad de 7 u 8 años, el colegio al que iba quedaba a 5 cuadras de su casa. Dice que en esa época no era peligroso, para una niña de esa edad, caminar sola por la calle, así que mi abuela la alistaba y la mandaba al colegio sin ningún tipo de supervisión.
En el trayecto se encontraba con amigos y pasaban por enfrente de la casa de Gabriel Ochoa Uribe. Ese era el clímax del trayecto, pues la esposa del director técnico de fútbol abría una ventana para vender helados de curuba que venían en forma de copa de champaña.
Le pregunto cuántos centavos le costaba ese manjar, pero no lo recuerda. Me produce mucha ternura imaginar a mi madre caminando sola a esa edad y esperando con ansias el momento para comprarse un helado.
Muchos años después, ya casada, el trabajo de mi padre la llevo a Popayán y ella, junto a Leonor, la mujer que le ayudaba con las tareas domésticas, decidió, quizá recordando sus caminatas cuando era pequeña, hacer helados de curuba para vendérselos a los estudiantes que en ese entonces pasaban por enfrente de su casa.
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