De pequeño, a los 7 años, mis abuelos enviaron a mi papá a un internado. Allá le tocó duro, porque la educación era a punta de golpes, y si los profesores le daban quejas a sus papas, también recibía la misma medicina por parte de ellos.
En el colegio había un portero mala clase que le caía mal a todos los alumnos, porque los acusaba con el director, el malnacido ese que una vez agarro a mi papá a patadas, cuando él se tiró al suelo, intentando esquivar una cachetada.
Cuenta mi padre que, al momento de hacer una pilatuna, lo importante era hacer una que mereciera la pena, pues no importaba cuál fuera, como hablar mientras hacían una fila, por ejemplo; el castigo, por lo general, siempre era el mismo: golpes por esto o por lo otro,
Al portero, a pesar de que les caía mal, debían llevarlo por las buenas, porque además de su labor principal, también ayudaba en la cocina, sirviendo la sopa en las comidas. Si tenía a algún alumno entre ojos, al momento de servirle solo le echaba caldo sin nada de recado.
Un día, mi papá y un amigo entraron al baño y se dieron cuenta que el portero estaba tomando agua. Alguien había dañado el interruptor del baño y para que las luces funcionaran, dos cables sueltos debían hacer contacto.
Mi padre y su amigo se dieron cuenta que los cables estaban cerca del tubo del agua de los lavamanos. Uno de ellos tomo uno de los cables y lo acerco al tubo. Apenas entró en contacto, se escuchó el grito del portero, y ellos salieron corriendo a esconderse en uno de los cubículos.
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