Cinco libros, huérfanos de biblioteca, descansan, uno sobre otro, sobre la repisa de mi escritorio.
El que los sostiene es uno fuerte y vigoroso, tanto por su su prosa como por su volumen: Todos los cuentos de Raymond Carver.
Ese lo extraje de la biblioteca hace unos días, porque con unos amigos hicimos un club de lectura de cuentos. Empezamos con La Virgen de la tosquera de Mariana Enríquez, y a mí me tocó seleccionar el siguiente.
La colección de cuentos de Carver la leí hace muchos años, pero hubo una historia, La Brida, que me marcó, porque está llena de significado.
El libro que está encima de ese es: “La niña Alemana”, que tiene una primera línea brutal: “Voy a cumplir 12 años y ya lo he decidido: mataré a mis padres.” Ojalá algún día se me ocurra un comienzo tan impactante.
A ese le sigue “Dónde va la coma”, un libro corto de redacción, que hace rato no leo, y al que necesito destinarle una hora, estimo, para acabarlo.
Veo como el separador sobresale, abro la página en la que voy, y veo que me quedé en la definición de la coma explicativa e y.
Luego está La casa de los espíritus de Isabel Allende, un libro que me gané en un intercambio de libros, porque una amiga llevó dos libros para intercambiar. Al final nadie había reclamado ese, y me dijo que si quería, me lo podía llevar. ¿Cómo decir no ante semejante ofrecimiento?
El último, el que corona la torre de libros huérfanos se titula Laura. Un libro corto en Alemán, que me regaló mi tía cuando fui a visitarla.
Yo le dije que mi conocimiento de ese idioma es muy básico, pero ella insistió en que es fácil de leer, y que con ese fue el que dio sus primeros pasos en ese idioma, que ahora domina casi a la perfección.
En la primera hoja ella escribió:
Für Juancho
Frohe Weinachten
San Nicolas.
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